Comunicación, emociones y empatía.

Está claro que los seres humanos poseemos diversidad de registros y somos capaces de desarrollar un tipo de comunicación no verbal que nos faculta para expresar distintos aspectos de nuestro universo interno. Pero esto es tan real como que, a diferencia de la mayoría de animales, hemos desarrollado la habilidad de comunicarnos mediante el uso de un lenguaje extraordinariamente rico y complejo. Un lenguaje, un idioma, un código compartido, en virtud del cual podemos transmitir a los demás, de forma muy precisa, mensajes específicos sobre aquello que pensamos y sentimos.

Y por supuesto, que a veces sobran las palabras. Tan cierto como que a buen entendedor pocas palabras bastan.

Pero entonces, ¿qué es mejor? ¿Qué es más apropiado? ¿Recurrir al lenguaje no verbal o a las palabras?

Pues depende del momento y de la persona que tengamos delante, pienso yo.

Hay gente que tiene facilidad de palabra. Incluso hay personas que hablan demasiado. Pero también existen otras que no saben o que tienen miedo de expresarse, que no encuentran las palabras, que les cuesta comunicar a los demás lo que tienen en su interior (porque no lo han aprendido en el seno familiar, porque se avergüenzan de lo que contiene o porque tienen miedo de volverse vulnerables si lo exponen).

Es responsabilidad de cada uno el tomar conciencia de cuáles son aquellas facetas de nuestra personalidad que nos limitan y cuáles son aquéllas en las que vamos más sobrados. Cada uno tendrá que aprender a recortar los excesos y a potenciar lo que esté poco desarrollado (o atrofiado).

La persona que ahoga o que presiona o manipula a los demás con sus palabras, convendrá que aprenda a callar, a retener. Mientras que la persona inhibida o temerosa, o desconfiada, a la que le cuesta expresar sus sentimientos o emociones con palabras, convendrá que aprenda a sacar, a soltarse, a abrirse, a ser más elocuente.

Personalmente, sé hasta qué punto y de qué manera puede influir en los demás una sonrisa, una mirada de complicidad, una palmadita en la espalda o una tierna caricia en alguien que aprecias. Se puede decir tanto, y tan elocuentemente, sin palabras... Desde luego. Pero también sé hasta qué punto y de qué manera las palabras pueden llegar a comunicar una idea o un deseo con gran precisión. O unos sentimientos, de tal manera que nuestro interlocutor, con esa información que le proporcionamos al conversar, sea capaz de ponerse en nuestro lugar y comprendernos mejor... y nosotros a él (retroalimentación). Y ese intercambio de información, y, en definitiva, de energía, no produce sino empatía entre ambas personas. Y empatía es acercamiento, unidad, cohesión. Lo que al final se puede traducir, fácilmente, en aprecio o en afecto hacia el otro.

Con las palabras podemos llegar a lo más profundo del corazón de las personas, hacerles partícipes de nuestro amor, de nuestros sentimientos, emociones... Podemos motivar a un amigo, insuflar ánimo y coraje a un familiar enfermo o reconocer abiertamente aquello que apreciamos y valoramos de los demás. Y es que las palabras han comandado grandes ejércitos, han derrocado a tiranos, han erigido imperios, han sentado justicia y han sacado de la oscuridad y de la opresión a personas despreciadas. Por eso precisamente, acaso sean el don de amar y el don de la palabra dos de las mayores virtudes que posee el ser humano.

Con todo, la comunicación es una de las grandes asignaturas pendientes de la Humanidad. Razón por la cual, muchas veces, nuestras relaciones con los demás fracasan: porque no sabemos, o no queremos, establecer una comunicación, un diálogo, con el otro.

Esta es la Era de las Telecomunicaciones, es decir, de la comunicación a distancia (literalmente), del correo electrónico, de los sms, del Messenger, del Whatsapp... de la tecnología avanzada y de bolsillo. Hoy, más que nunca, es fácil comunicarse con los demás. Pero una cosa es comunicarse, en el sentido de ponernos en contacto unos con otros, y otra cosa muy distinta es entendernos... y llegar a comprendernos. O sea, ser capaces de ponernos en la piel del otro y poder ver las cosas desde el ángulo de la persona que tenemos delante.

Para ello es necesario aprender a comunicarnos. A callar cuando es oportuno, sí. Y a sacar lo que uno lleva dentro y a hablar cuando la situación lo requiere.

Si lo que buscamos es... acercarnos a los demás.

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