"Ilusionados"

Dentro del contexto del movimiento del 15-M, los indignados, por definición, son aquellas personas desencantadas de la clase política que, a su vez, anhelan soluciones a los problemas más acuciantes de nuestra sociedad (como la dificultad para acceder a una vivienda o el paro) y que deciden organizarse espontánea y asambleariamente en las principales plazas de las ciudades en busca de nuevos planteamientos y soluciones.

Es una palabra contundente, con la que fácilmente muchos, como yo mismo, nos sentiríamos identificados: indignado. ¿Y cómo no sentirse así ante la vergonzosa coyuntura política que impregna nuestra sociedad? Sin embargo, ayer me di cuenta, pensando, pensando, que el autodenominarse de este modo comporta un trasfondo un tanto perverso y, en mi opinión, poco deseable. Me explico:

Veamos la diferencia entre las frases de estos grupos:

- Odio el invierno.
- Amo el verano.

- No me gusta que me hables a gritos.
- Me encanta cuando me hablas suave y dulcemente.


- Existen muchas cosas que nos separan.
- Tenemos algunas cosas que nos unen.


- No quiero que fumes en el salón, delante de los niños.

- Te agradecería enormemente que fumaras en el balcón, lejos de los niños.


- Me siento indignado ante la coyuntura política y social que vivimos.
- Me siento ilusionado ante la posibilidad que me brinda la vida para, partiendo de mi propio crecimiento personal, poder hacer de este un mundo mejor.

¿Se nota alguna diferencia entre las superiores y las inferiores?

Yo comprendo la indignación de tantas y tantas personas que están hartas de pasarlo mal, y de comprobar a diario las flaquezas de un sistema que favorece más a los bancos y a las multinacionales que a los ciudadanos más necesitados. Pero démonos cuenta de que el concepto de indignado implica malestar, rabia, desencanto, tristeza... Y si lo que buscamos en la vida es la armonía, el bienestar, la alegría y la felicidad lo vamos a tener más difícil si nos autoetiquetamos como indignados, si hacemos de ello la bandera de un movimiento, o, incluso, el motor de nuestras vidas.

Por eso, como muchos de nosotros ya tenemos en nuestro bagaje la experiencia, muy poco agradable, de sentirnos indignados, ¿por qué no nos planteamos trascenderla por una experiencia infinitamente más grata y mucho más solvente?

¿Por qué no sustituimos el término indignados por el de ilusionados?

¿Y qué implicaría esta nueva denominación?, os preguntaréis.

  • Los ilusionados no somos personas cabreadas, ni llenas de rabia, ni tristes.
  • Los ilusionados somos personas cuyo sentimiento preponderante es la ilusión, mucho antes que la indignación.
  • Los ilusionados no somos insensibles a la nefasta coyuntura político-social que vivimos. Simplemente, la encaramos de un modo, también constructivo, pero más alegre, sin ninguna animadversión hacia nadie, sin rabia, sin ningún sentimiento oscuro. Y, por encima de todo, desde la ilusión.

  • La ilusión que surge de la oportunidad que nos brinda la vida, cada día, para poder hacer de este un mundo mejor en el que vivir.
  • La ilusión de ser uno mismo, desde su propio trabajo de crecimiento personal, el motor de ese cambio.
  • La ilusión que surge de la convicción de que el amor, además de un sentimiento espontáneo, puede ser una actitud y una poderosa herramienta de transformación social. Acaso la que más.
  • La ilusión de compartir un sueño y una acción común en pos de un alto objetivo: el bienestar social e individual.

No es porque sea mi propuesta, pero es evidente que es atractiva. Ahora bien, implica un crecimiento personal el subirse al tren de la ilusión... y no bajarse de él. Implica, como digo, un trabajo muy profundo, para ser capaz de transformar la incomodidad y el malestar en alegría...

...y el propio desencanto en ILUSIÓN.

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