"No quise decir eso".

Una relación armoniosa con alguien no se gesta de la noche a la mañana. Lleva su tiempo. Y no sólo require empatía (la que aflora espontáneamente), sino comprensión y paciencia para superar los obstáculos que surjan en el camino.

Sin embargo, una simple discusión puede echar por la borda el trabajo personal de muchos años, siendo que a lo mejor no es un abismo, precisamente, lo que separa a las partes implicadas. A veces, de hecho, son sólo unas pocas palabras las que provocan el desencuentro, palabras que se dicen sin pensar y que pueden herir gravemente a la otra persona.

Pero, ¿realmente cuenta tanto lo que pensamos o lo que le decimos en caliente a una persona?

A los ojos de una mayoría, sí que importa. Pero lo cierto es que cuando las emociones y el ego se apoderan de alguien, el individuo, literalmente, se altera (alter=otro), es decir, se convierte en otra persona cuya razón se ve perturbada, y su visión de la realidad se distorsiona. Sí, ¿pero de qué manera?

En este tipo de situaciones confluyen dos elementos recurrentes:

- Dar excesiva importancia a lo que la otra persona ha hecho o dicho (efecto lente de aumento).
- Tomar la parte por el todo (visión fragmentada o parcial de las cosas).

Supongamos que la discusión se debe a que un amigo le ha mentido a otro.

Por una parte, a nadie le gusta que le mientan, ¿pero hay alguien que no mienta jamás? Luego, si alguien miente, aunque sea de tarde en tarde, tal vez pueda mostrarse comprensivo con el que ha mentido. Por otra, el que una persona diga una mentira no necesariamente le convierte en una mentirosa. Mentirosa será aquélla que haga de la mentira un recurso habitual.

Así pues, es comprensible que un amigo que le ha mentido a otro tenga que escuhar del segundo algo como: No soporto a los mentirosos como tú, y por eso no quiero verte más. Pero quizá el que pronuncia esa frase pueda darse cuenta de que en un momento de ira y de ofuscación los hechos se muestran ante nosotros un tanto más oscuros de lo que son en realidad. Y que no vale la pena arruinar una relación por algo que, desde la calma y la tibieza, no es tan dramático.

En muchas de estas situaciones, cuando el daño ya está hecho, es muy socorrido echar mano de la humildad, encarnada en una frase como: Lo siento. No quise decir eso. Cuesta tan poco de pronunciar...

Y, ¿acaso una relación especial no la merece?

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