Si quieres estar bien alimentado, elige con el corazón.

Imaginemos a una persona que cuida mucho su alimentación, y lo hace con convicción y sin esfuerzos. Vamos, que no le cuesta.

Para esa persona es muy importante estar atenta a lo que come porque sabe que su salud, en buena parte, depende de ello (Somos lo que comemos). Para ella comer no es un capricho ni una necesidad, tan siquiera, sino un modo eficaz de disfrutar y de mantenerse con el mayor grado posible de armonía.

Esa persona conoce las virtudes de los alimentos integrales, y sabe distinguir entre alimento (arroz integral, por ejemplo) y comestible (arroz blanco, por ejemplo). También sabe que los comestibles contienen pocos o ningún nutriente y que provocan desequilibrios y enfermedades en el organismo con el tiempo, silenciosamente.

Además, la persona en cuestión ha estudiado las combinaciones de los alimentos, y es por ello que sabe que el arroz no combina bien con el huevo (genera fermentaciones y toxinas); y menos todavía si uno y otro se riegan con tomate frito, como es el caso de un arroz a la cubana.

Total, que un buen día nuestro protagonista se echa novia y se enamora. Y a los pocos días de salir juntos, ella, que todavía no le conoce bien pero también se siente muy enamorada, con su mejor intención, le invita a comer a casa de sus padres; y así, de paso, va y se los presenta.

La madre está encantada con el novio de su hija, y le procura un trato exquisito, amable y dulce en todo momento. Y cuando llega la hora de comer, le sirve, con todo el amor del mundo, su especialidad: arroz a la cubana. ¡Cielos!

Un arroz a la cubana en el que:

- El arroz es blanco.
- El código de los huevos empleados empieza por 3 (criados industrialmente por gallinas que viven hacinadas y que comen piensos compuestos). Además, están fritos con aceite barato de girasol.
- Y el tomate frito, por su parte, es el resultado de freir tomates baratos (de esos que se cogen verdes, que se gasean en cámaras para darles color pero que luego no saben a nada) con el mismo aceite barato de antes y en una sartén comprada en un todo a cien.

Analicemos: un chico acostumbrado a comer alimentos integrales, huevos del número 0 (granja ecológica, animales criados sueltos, piensos naturales...), aceite virgen de primera presión en frío y tomates ecológicos recogidos en su momento óptimo de maduración... es invitado a degustar un plato que es lo diametralmente opuesto a lo que suele comer normalmente.

Entonces, ¿qué hacer en un momento así? ¿Cuál es la mejor decisión?

Tengamos presente: el objetivo primordial es estar bien alimentados.

Y recordemos: alimento no es sólo lo que comemos sino también lo que vivimos. De tal modo que para estar bien nutridos es necesario, sí, comer alimentos de calidad, pero, más aún: alimentarse de los momentos que vivimos cada día... sacándoles todo el jugo posible... para que nos sienten bien y para poder asimilarlos adecuadamente (correcta nutrición).

Así pues, insisto, ¿qué es lo mejor?

Lo mejor es lo que uno elige libremente; ni más ni menos. Sea lo que sea.

Pero, ¿qué haría yo, Carlos Lacomba Verdés?

Pues, hoy por hoy, aceptaría comer el plato de arroz a la cubana, y lo acogería con el mismo amor con que me lo hubiera preparado la cocinera. Ahora bien, por muy bueno que estuviera no me comería dos ni tres platos.

Me comería ese plato convencidísimo (sin ningún género de dudas) de que el amor con que lo acogiera sería capaz de aportar a ese arroz blanco, a esos huevos y tomates de baja calidad y a ese aceite refinado los nutrientes y la armonía que no tuvieran. Simplemente, porque el amor lo puede todo. Y todo significa TODO.

Lo que no querría decir que fuera a comer dos o tres platos. Porque lo que no conviene, en ningún caso, es perder el equilibrio. Lo que implicaría caerse y hacerse daño. Y a nadie le gusta caerse y hacerse daño.

No sé si me explico...

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