¿Qué es lo que, en el fondo, buscamos hombres y mujeres en las relaciones de pareja? ¿Y por qué la inmensa mayoría de parejas acaba en ruptura?

Si alguna vez habéis tenido pareja es muy probable que os hayáis hecho alguna de estas preguntas. A mí, ambas, me parecen trascendentales. Básicamente, porque las relaciones de pareja son la causa de que vosotros y yo estemos aquí, vivitos y coleando, y porque las relaciones de pareja, asimismo, constituyen uno de los ejes primordiales en la vida de casi cualquier individuo.

Como este es un tema que me importa, y mucho, y como sé que suele comportar grandes desafíos personales, decidí hace unos meses emprender un modesto estudio utilizando como plataforma la información que he adquirido desde hace años a través de mis consultas, contrastada con la información de mi propio bagaje.

Para llevar a cabo dicho estudio seleccioné las fichas de 40 pacientes-alumnos. La mitad de ellos (luego os explicaré por qué) habían disfrutado en su infancia de una relación bastante o muy armoniosa con sus padres; la otra mitad, no. Además de esto, me puse en contacto con algunas de estas personas (todas sin excepción accedieron gustosamente a mi petición) para conversar con ellas y que me comentaran algunos datos específicos que necesitaba para mi estudio.

Respecto a algunas de las conclusiones (trataré de compartir con vosotros una versión muy simplificada de las mismas) a las que he llegado mediante este estudio, os cuento:

Para entender en profundidad lo que subyace en las relaciones de pareja primero hay que entender que lo que cada persona busca conscientemente en una pareja es algo muy personal y que no tiene demasiado que ver con lo que voy a comentar hoy. Porque lo que conscientemente busca uno (o desea) en su pareja (que sea alta, que sea simpática, que sea inteligente, que le guste viajar o hacer deporte, por ejemplo) no tiene que ver con aquello que uno busca de forma inconsciente. Son cosas muy distintas.

En segundo lugar, para ir a la raíz de la cuestión que hoy nos ocupa, tenemos que retroceder en el tiempo, en la vida de los seres humanos, hasta llegar a la infancia. Luego, conviene definir conceptos.

Relación significa Conexión, correspondencia, trato, comunicación de alguien con otra persona.

Pareja significa, literalmente, Un par... de seres humanos. Sin que necesariamente tenga por qué existir entre ellos una relación erótico-sentimental. Pareja son dos personas que tienen una relación (del tipo que sea); simple y llanamente.

Por consiguiente, la primera relación de pareja que tiene un ser humano es con su propia madre. Y esta relación es absolutamente crucial en la vida del individuo. Es, de hecho, la que, de entre todas, más tenderá a marcarle.

Luego, conforme el niño va creciendo, va desarrollando otra relación de pareja, dependiendo de su sexo, ya sea con el padre o con la madre. Si el individuo es un niño, empezará a vivir esa primera relación, digamos, semejante a una relación de pareja, con su madre. Si es una niña, con el padre (en este punto podría incluir otros factores y combinaciones pero eso haría de este artículo algo, tal vez, demasiado complejo y extenso).

Esa primera relación que viven los niños con sus padres contiene una buena parte de los componentes intrínsecos de una relación de pareja de adultos pero sin la connotación erótico-sexual (exceptuando aquellos casos, por supuesto, en los que se dé alguna clase de perversión por parte de los padres hacia sus hijos), es decir, existe corporeidad (besos, abrazos, caricias), afecto, ternura, dulzura... en el mejor de los casos, pero no sexo.

Si el individuo ha disfrutado de una relación armoniosa en la infancia, de modo inconsciente, aspirará a repetir esa misma relación pero con su pareja de adulto. Eso sí, completando la parte erótico-sexual que no ha vivido con sus padres. Es decir, buscará el afecto, la ternura, la dulzura (nunca de forma compulsiva ni obsesiva, porque ese afecto, esa ternura y esa dulzura ya los obtuvo de sus padres y no son una necesidad imperiosa en su vida), pero sumadas todas ellas a ese componente erótico-sexual que caracteriza a las relaciones de pareja y que las distingue de otro tipo de relaciones humanas.

Ahora bien, la pregunta del millón, y una clave fundamental para entender todo este asunto, es la siguiente: ¿qué sucede si un niño no ha disfrutado de una relación armoniosa con sus padres? Y, ¿en qué manera le afectará posteriormente en sus relaciones de pareja?

La respuesta a estas preguntas es muy clara y rotunda:

De no ser que la persona en cuestión haya tomado plena conciencia de sus circunstancias vitales (para lo cual uno tiene que estar muy, muy, muy despierto), de su propio papel en todas ellas y haya hecho un gran trabajo personal para superarlas (algo del todo infrecuente), lo más habitual es que, en mayor o menor grado, los episodios de la infancia vividos a través de la relación con sus padres (máxime, si estos episodios son traumáticos) determinen en profundidad y con tenacidad (cuanto menos, condicionen) las que vayan a ser sus relaciones de pareja. En suma: nuestras relaciones de pareja están marcadas a fuego por la relación que mantuvimos con nuestros padres.

Por tanto: si una persona no ha disfrutado de una relación suficientemente armónica con sus padres, de una manera inconsciente, buscará sanarla a través de sus relaciones de pareja. Pondré algunos ejemplos:

- Si un niño fue abandonado por su madre (o su padre no le hacía caso por tener un trabajo muy absorbente, o por ser drogodependiente, por ejemplo) tenderá a vivir el abandono en sus relaciones de pareja. Y, obviamente, esto será una prueba que haya de superar.
- Si una niña no recibió ciertos comentarios de su padre, como: Te amo, Eres muy importante para mí, Qué guapa eres o Me gusta estar contigo (por poner unos pocos ejemplos) anhelará que su pareja le haga ese tipo de comentarios (que, en el fondo, refuerzan la autoestima del individuo), y, seguramente, vivirá con pesar y con desconcierto el que no se los haga. Y, obviamente, esto será una prueba que haya de superar.
- Si un niño no ha recibido besos ni caricias, ni abrazos de su madre. Si su madre ha sido fría y distante con él, en vez de ser cálida, tierna y cercana, ese niño, ya de adulto, inconscientemente, buscará de un modo especial, con particular anhelo, la calidez, la ternura y la cercanía de su pareja. Y vivirá con angustia y con desasosiego que su pareja no actúe con él de esa forma. Y, obviamente, esto será una prueba que haya de superar.
- Si una niña no ha sido escuchada por su padre, buscará que su pareja de adulta le escuche. Y vivirá perturbadoramente (fácilmente, con ira y con rabia) que su pareja no le prodigue la atención y la escucha necesarias. Nueva prueba que superar.
- Si un niño es obligado de forma inadecuada (verbalmente agresiva o intimidatoria, por ejemplo) por su madre a pedir perdón a sus hermanos por algo que ha hecho, y si esto constituye una tendencia para con él en la progenitora, será lógico que ese mismo niño, de adulto, tenga dificultades para disculparse con su pareja cuando actúe con ella inadecuadamente. Y aunque (en el mejor de los casos) reconozca su falta (aunque sea ante sí mismo), le costará pronunciar palabras o frases como Perdón, Discúlpame por haber sido brusco o Siento haberte hecho daño.
- Si un padre abusa de su hijo, aunque sea forzándole a darle un beso, y si esto se erige en el padre como una conducta habitual hacia el hijo, será fácil que ese niño, convertido ya en adulto, pueda experimentar (por ejemplo) un rechazo visceral a ser besado por su pareja. O puede que lo que viva sea una susceptibilidad acentuada cuando alguien le falte el respeto.

Ejemplos documentados y contrastados por sus propios protagonistas podría poner a cientos, y muchos de ellos explicarían, con toda la lógica y la coherencia del mundo, esos comportamientos inarmónicos en el seno de las relaciones de pareja, y que tan familiares nos resultan. Comportamientos que derivan en el desamor, en los desencuentros, en las peleas, en las discusiones acaloradas, en la violencia, en los abusos de poder... y, las más de las veces, más tarde o más temprano, en la ruptura.

El mecanismo más común ante estas situaciones es dejar a la pareja cuando te cansas de vivir con ella situaciones desagradables o incómodas, pero algo de lo que no es consciente todo el mundo es que esas mismas situaciones desagradables vividas con una determinada pareja tienden a vivirse, si no iguales, de un modo similar, con las siguientes parejas (o con personas cercanas, como familiares, compañeros de trabajo, amigos...), de no ser que uno/a despierte y haga un adecuado trabajo personal para superar el reto.

Por lo menos, contamos con un elemento alivioso en esta historia: todo, absolutamente todo, hasta lo más (aparentemente) absurdo, las expresiones más irritantes, las más repentinas e incomprensibles que encarne un ser humano en su interacción con su pareja... todo tiene un porqué, una causa concreta y específica, una razón de ser y de manifestarse, una explicación que, buscando en el lugar adecuado, podemos llegar a conocer.

Los hombres, en lo más profundo de nuestro ser, buscamos (inconscientemente) en la pareja a una madre dulce, tierna, femenina, comprensiva y afectuosa que nos trate con cariño, que sea nuestro cálido y apacible refugio, que nos acompañe en nuestro camino, que se interese por nosotros, que nos apoye, que nos mime... Y todo eso sumado a una mujer que nos resulte atractiva y con quien podamos compartir una relación erótico-sexual (con vistas o no a tener hijos).

Las mujeres, por su parte, y en lo más profundo de su ser, buscan (inconscientemente) a un padre atento, amable, fuerte, masculino, valiente, seguro de sí mismo, confiado, solvente, capaz de hacerles caso y capaz de hacerles sentir como protagonistas de su vida... Y todo eso, por supuesto, sumado a una persona que les resulte atractiva y con quien puedan compartir una relación erótico-sexual (con vistas o no a tener hijos).

En el caso de las personas con tendencias homosexuales habría que introducir otros elementos complejos en este argumento, por lo que tal vez en otra ocasión hable de ello.

Comoquiera que sea, todos sabemos que las relaciones de pareja implican grandes desafíos, que, a su vez, requieren de una clase de amor muy especial. Un amor encarnado en una actitud de superación personal y de búsqueda del crecimiento individual. A fin de cuentas, casi todas las relaciones de pareja funcionan bien en un primer momento, sí. Pero es una cuestión de tiempo que la otra persona haga o diga algo que te disguste, que te hiera o que te siente mal. Eso marca un antes y un después en la relación, y señala un punto de partida (o bien una cuenta atrás) en el cual el trabajo personal para crecer y evolucionar no se hace recomendable sino, más bien, imprescindible.

No obstante, en este contexto que os comento, me parece ilusoria e improductiva la idea de aspirar a una relación estable de pareja. ¿Estable? ¿Pero es que existe algo estable en el Universo y yo no me enterado? Porque la impresión que tengo es que lo que impera en el Universo es, precisamente, la inestabilidad (todo tiende al cambio constante) y la incertidumbre (porque no sabemos lo que va a ocurrir, ni siquiera dentro de un minuto).

La estabilidad, por muy común que sea, no me parece, como digo, una aspiración inteligente. Más que nada, porque va contra natura. Lo que sí que me parece deseable es la armonía entre las personas. Pero no nos engañemos. No es tarea fácil. En ningún tipo de relación; menos aún, en una relación de pareja.

En mi modesta opinión, sólo existe una cosa en el Universo capaz de propiciar al máximo la armonía, y la durabilidad, en una relación humana (incluyendo las de pareja): el amor. Pero no hablo sólo del amor romántico, del que nos brinda la otra persona en forma de afecto. Hablo del AMOR con mayúsculas, que no sólo obedece al corazón sino a la voluntad que dimana de la mente y de la conciencia. Amor que no es sino:

- respeto,
- confianza,
- humildad,
- cariño,
- asertividad,
- calidez,
- consideración,
- generosidad,
- saber escuchar,
- saber perdonar...

Si a una relación le vais quitando más y más facetas del amor, si el respeto es sustituido por la rudeza, el avasallamiento o la tiranía; si la desconfianza o el recelo sustituyen a la confianza, si el orgullo sustituye a la humildad, si la agresividad o el miedo sustituyen a la asertividad, si la calidez cede el paso a la frialdad, si el egoísmo ocupa el sitio de la consideración y la generosidad, si el autismo aparta al saber escuchar y si el rencor y el resentimiento destronan al perdón... entonces todo se acabará... y volverá a empezar de nuevo en un ciclo indefinido (y cansino)... hasta que, de una vez por todas, aprendamos a amar de verdad.

Mi conclusión final es que en esta materia no soy más que un aprendiz, y no de primera categoría. He aprendido muchas cosas, cierto es, pero me quedan tantas aún por aprender...

...tantas...
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Observación: la foto que ilustra este artículo, aunque pueda chocar con el título, me parece, además de hermosa, un símbolo evidente; y, por encima de todo, un canto a la esperanza para todas aquellas parejas que sufren y atraviesan por dificultades.

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