Desobediencia a la autoridad

De manera natural, observamos que los cachorros de los mamíferos (por poner un ejemplo de especies que nos quedan cerca) reconocen en sus progenitores figuras respetables de autoridad ante las cuales se someten hasta que se emancipan.

Del mismo modo, considero que lo más armónico sería que los padres ejercieran la autoridad que les confiere su condición (que no el autoritarismo) sobre sus hijos. Por supuesto, más para guiarles y sugerirles que para darles órdenes. Ahora bien, para mí lo razonable es que a los hijos se les vaya dando conforme pasa el tiempo y van creciendo, progresivamente, mayores cotas de libertad (lo cual, dicho sea de paso, fomentará en ellos la responsabilidad), de manera que éstos puedan ir ejerciendo su legítimo derecho al libre albedrío. En definitiva, que vayan tomando sus propias decisiones y recorriendo su propio camino.

El que un individuo viva equilibradamente este proceso en su infancia determinará, en buena medida, su relación con la autoridad extraparental (la que ya no tiene que ver con los padres) en el futuro. Y es en este punto donde, nuevamente, nos encontramos con la consabida máxima de En el término medio está la virtud.

Tan impropia es la actitud de un individuo que jamás acepta la autoridad de terceros sobre sí como el que se subyuga ciegamente a la autoridad sin cuestionarla.

De forma espontánea, las personas tendemos a someternos cotidianamente a las que nosotros reconocemos como figuras de autoridad, por ejemplo:

- una persona muy versada en cierta materia que manifiesta su punto de vista,
- alguien con mucha experiencia en un determinado campo,
- un familiar mayor que nosotros (nuestro abuelo, por ejemplo),
- un jefe o una jefa en el trabajo,
- un miembro de las fuerzas públicas de seguridad (policía, por ejemplo),
- alguien que ostenta un arma,
- el piloto de una aeronave o el capitán de un navío, etc.

Conforme un niño obediente se adentra en la adolescencia es razonable (y hasta deseable) que vaya desligándose del criterio parental para explorar el suyo propio y actuar en consecuencia. A fin de cuentas, él tiene que empezar a acostumbrarse a elegir, tanto aspectos cotidianos (qué ropa le apetece llevar, por ejemplo) como otros esenciales en su vida (la carrera que deseará estudiar, cuál será su pareja...). Y en este sentido, muy triste sería que un adolescente de dieciséis años siguiera obedeciendo ciegamente los dictados que marcaran sus padres.

Sin embargo, la misma capacidad que nos confiere a los adultos el reconocer en alguien la autoridad y someternos a ella cuando es un hecho procedente debería permitirnos desobedecer en un momento determinado, cuando las circunstancias lo requieran. Fundamentalmente, porque quienes detentan la autoridad no siempre lo hacen de forma armónica. Es más, a menudo lo hacen pensando en sus propios intereses y de espaldas al bien común.

Para ahondar más en esta cuestión, imaginemos por un instante el siguiente escenario:

Un canal de televisión busca voluntarios para participar en un concurso de memoria. De entre los candidatos, uno será seleccionado para recordar una secuencia de nombres y adjetivos. El resto de concursantes serán los encargados de aplicarle el castigo en caso de fallar la respuesta. ¿Y cuál será el castigo? Pues progresivas descargas eléctricas... ¡hasta llegar a más de 400 voltios!

No, amigos, no es una broma. Es un experimento científico que se llevó a cabo en Francia y que implicó a un público y a unos concursantes que desconocían que estaban siendo estudiados. Para ellos el concurso era totalmente real.

Pues bien, ¿sabéis que la mayoría de concursantes-verdugo aplicaron las descargas eléctricas hasta el final, a pesar de escuchar los gritos y lamentos del concursante principal (que era un actor)? Y, básicamente, porque la conductora y presentadora del programa ejercía presión sobre ellos (ella la ejercía, sí, y los concursantes-verdugo se dejaban llevar... más allá de sus propias conciencias).

Ver para creer, ¿no?

De cualquier manera, se trata de un documental que no tiene desperdicio y que da mucho que pensar sobre el trinomio sumisión-rebeldía-conciencia en los seres humanos.

Por supuesto, os recomiendo verlo con mucha atención. Seguro que lo disfrutaréis y que os invitara luego a una necesaria reflexión. Como, por ejemplo: ¿somos capaces de obedecer a la autoridad a pesar de que a través de ella se nos pida hacer algo que vaya en contra de la ética más básica o los derechos humanos más esenciales, como el respeto a la integridad de los demás?

El documental de marras se titula: El juego de la muerte.

Y podéis descargarlo AQUÍ
(clicando la opción Descarga normal).

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