Con ciertas personas es una cuestión de dosis

A lo largo de mi vida me he encontrado con personas de muy diversa índole. Algunas hacían de la violencia su lenguaje y el tratarlas podía suponer, incluso, una amenaza para mi integridad física. Con ellas creo, sin ambages, que lo prudente es guardar una distancia de seguridad.

Otras han actuado conmigo de una forma totalmente improcedente y desagradable, y con el paso del tiempo no han dado muestras de haber recapacitado sobre sus propios actos, ni han manifestado ningún gesto de haber reconsiderado su postura, por lo que, obviamente, conservan una tendencia a seguir actuando así. Con esas personas estoy dispuesto a compartir espacio, por ejemplo, en una reunión de amigos, o en un encuentro fortuito, pero sin ir más allá. Es decir, me abro a que esa relación con ellas pueda evolucionar y prosperar pero sin sentir la necesidad de ser yo quien tome la iniciativa.

Por otro lado, existen otras personas en mi vida que también han actuado conmigo de forma desagradable pero que posteriormente han mostrado voluntad de trascender el pasado y de un mutuo acercamiento, aunque no hayan dado muestras de haber recapacitado sobre sus actos. Con éstas sí que me abro a la posibilidad de tener algún encuentro y compartir, pero de forma dosificada. Es decir, que no me apetece compartirlo todo sino ciertas parcelas de mi vida, de modo que, al menos en un primer momento, exista escaso margen para el conflicto o para el desencuentro. Luego, sobre la marcha, ya veremos...

Sin embargo, muchas personas albergan una facilidad tremenda para incluir en su lista negra a todo individuo que les perturbe mínimamente. Por ejemplo:

- Conoces a alguien simpático pero con una ideología política contraria a la tuya. Entonces vas y lo pones en tu lista negra.
- Quedas dos veces con alguien que sólo habla de sus problemas, y sin medida del tiempo, por lo que a la tercera vez lo pones en tu lista negra y le das largas.
- Hay una vecina poco agraciada (físicamente) en tu edificio con la que coincides a menudo en el ascensor y que suele piropearte, pero tú la pones en tu lista negra y guardas al máximo las distancias para que no se haga ilusiones contigo.
- Un viejo amigo al que pusiste en tu lista negra por llamarte egoísta te envía un mensaje al cabo de los meses, pero no le contestas porque sigue en tu lista negra.
- Te asignan un compañero de trabajo proclive a hablar, casi exclusivamente, de coches, mujeres y fútbol, algo que no va contigo. Por eso, vas y lo pones en tu lista negra.

Y digo yo:

- Aunque una persona tenga una ideología política contraria a la nuestra, ¿es motivo suficiente como para ponerla en una lista negra? Igual posee cualidades interesantes, o tal vez podemos aprender algo de ella, o brindarle algún tipo de servicio. A fin de cuentas, las personas no sólo somos una ideología.
- ¿No podemos ser asertivos y creativos con la gente de tal modo que seamos capaces de reconducir una conversación con alguien que sólo habla de sí mismo y de sus problemas?
- ¿Por qué no aceptar de buen grado, sin tener por qué irnos a cenar con ella, los amables piropos de una vecina a la que le atraemos? ¿O es que atraer a alguien es un pecado?
- Si alguien es nuestro amigo y nos llama egoísta será por algo, no por gusto. Y puede que incluso tenga algo de razón. Habría que rascar ahí...
- Si tu compañero de trabajo sólo sabe hablar de coches, mujeres y fútbol, ¿qué te cuesta charlar un ratito con él sobre esos temas y darle gusto? En cualquier caso, no es razonable pedirle peras al olmo.

Lo que trato de dar a entender es que hay personas con las que no terminamos de empatizar, o que nos despiertan alguna clase de rechazo o de resentimiento. Y, en mi modesta opinión, no se trata, necesariamente, de ponerlas en una lista negra para quedarnos tranquilos. La clave para disfrutar de relaciones armoniosas con ellas es la dosis. Es decir, encontrar el punto de equilibrio a la hora de compartir espacio y tiempo con ellas; y, por supuesto, ser lo suficientemente asertivos y resueltos como para mantenernos en ese punto.

Zumo de limón, ciruelas, semillas de sésamo, copos de cebada, remolacha... Unos nos gustan más; otros, menos. Todos ellos poseen distinas cualidades. Todos ellos pueden beneficiarnos. Pero el que nos hagan daño o nos aporten armonía depende, básicamente, de algo muy simple.

Cuestión de dosis.

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