La necesidad de amar y de ser amado

Cuando se habla de las necesidades básicas del ser humano, éstas suelen asociarse a ciertos actos como la alimentación, el respirar o la supervivencia. Sin embargo, algo tan aparentemente intangible (porque, en realidad, se puede percibir a través de gestos y actos) como es el amor (entendido, en este caso, como afecto), ¿hasta qué punto y de qué manera constituye una necesidad básica en el ser humano?

Por muy alta que tenga la autoestima una persona, por mucho que se ame a sí misma, ¿podrá vivir en armonía si pasa el tiempo y no tiene cerca a alguien a quien poder expresar su amor? Y, por otro lado, ¿existe algún ser humano que sea capaz de prescindir del amor de sus semejantes sin volverse loco o enfermar gravemente con el tiempo?

Personalmente, no concibo la vida sin la oportunidad de poder expresar el afecto a un semejante (cuando no, a varios). Ni, menos aún, sin recibir el afecto de los demás. Ya que el afecto que expresamos nos permite sacar de nuestro corazón algo que se engendra en su interior y que surge para darse, no para quedarse retenido, bloqueado o silenciado. A lo que este mecanismo forma parte (ideal) de un flujo de doble sentido: dar y recibir.

Efectivamente, necesitamos amar y sentirnos amados. Probablemente, tanto o más que comer, beber o respirar. Y si como consecuencia del miedo no expresamos nuestro amor, más tarde o más temprano, sobreviene la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Es inevitable, pues lo que en primera y en última instancia confiere integridad y armonía a nuestro cuerpo es el amor. No puede ser otra cosa.

El amor es una vibración, la más alta posible, y cuando nuestras células vibran a esa frecuencia elevada nos mantenemos alejados de la enfermedad (entendida como un fenómeno psicobiológico o psicoespiritual) y de los contratiempos (la enfermedad y los contratiempos vibran a una frecuencia mucho más baja). Además, la envergadura de todo contratiempo, todo accidente y toda enfermedad es directamente proporcional a la distancia que nos separa del amor.

A todo esto hay que añadir un hecho fundamental y sobradamente constatado: el amor que recibimos va en proporción al amor que damos a los demás; ni más ni menos. Entonces, según esto, ¿por qué hay personas que sienten que dan mucho más amor del que reciben? Pues porque, en realidad, lo que dan no es auténtico amor, sino un engañoso sucedáneo: la querencia. Y querer es dar pero esperando algo a cambio.

El amor es otra cosa... muy diferente.

Comentarios