Amor

Muchas veces he pensado en cómo definir de la manera más exacta y realista el amor, y algunas de esas veces me he descubierto a mí mismo encontrando definiciones bastante satisfactorias, bien es cierto. Es cuestión de elegir las palabras adecuadas, que expresen lo que ya has vivido y sentido. Pero en los últimos días la vida me ha inspirando una definición que me parece aún más sintética y precisa que las anteriores: Amor es el sentimiento que mueve a una persona a dar lo mejor de sí misma a alguien (lo mejor de nosotros mismos es el respeto, la confianza, el cariño, la comprensión, el saber escuchar, el reconocimiento, etc.; o sea, lo que comúnmente se conoce como valores humanos). Por supuesto, ese alguien, además de una persona, también puede ser un colectivo humano, algo inmaterial (como la patria), un objeto (una bicicleta, una casa) o un ser vivo (animal, planta...). Es decir, el destinatario del amor puede ser cualquier elemento que se manifieste en el Universo.

Parece claro, a tenor de esta definición, que, prácticamente, cualquier persona, ha amado en algún instante de su vida. A fin de cuentas, ¿quién no es capaz de dar lo mejor de sí mismo a alguien/algo, incluso sin esperar nada a cambio, en un momento determinado? Francamente, me cuesta imaginar a un ser humano absolutamente incapaz de algo así.

Por otro lado, la definición que acabo de dar también puede aplicarse a uno mismo: Amor es el sentimiento que mueve a una persona a dar lo mejor de sí misma... a sí misma. Lo que también podríamos denominar como autoestima.

Amar puede ser algo tan simple y cotidiano como descubrir a un desconocido sumido en la tristeza y acercarse para reconfortarle (compasión), quitarle importancia a algo que te molesta de alguien porque te das cuenta de que la persona no lo ha hecho malintencionadamente (tolerancia), ayudar a un amigo para que haga realidad un deseo (apoyo)... O bien encontrarte un buen día con alguien que con su mirada y con su sonrisa sea capaz de acelerar tu corazón. Una persona, en definitiva, que te haga soñar despierto y que te haga sentir profundamente vivo.

De hecho, no necesitas conocerla durante meses o años. Ni tener información sobre sobre sus ideas o su pasado. Nada de eso te importa en realidad. Porque más trascendental que lo que esa persona sea es lo que te inspira, lo que llegas a sentir en su presencia. Y, en última instancia, la reacción que provoca en tu ser. El cual, con toda seguridad, se verá impelido a expandirse, a abrirse, a entregarse...

Quisieras abrazarla. Lo deseas con toda tu alma. Y cuando lo haces, el resto del mundo se desvanece de inmediato. Entonces te vuelves uno con ella.

Y en esas condiciones, cuando la belleza, la magia y el amor se funden en un todo compacto y te colman, sólo puedes darle lo mejor de ti a esa persona: tu corazón. No existe otra posibilidad. Todas las otras posibilidades son esa misma.

Cuando esto sucede, podemos decir que lo que sientes es amor. Un amor grande y hermoso, en toda regla, que rellena todos tus vacíos. Y es amor, no porque lo pienses o porque lo deduzcas, pues no tiene nada que ver con la lógica de la mente. Es amor porque lo sientes; y ya está. Porque en ese éxtasis, y en esa fusión con el otro ser (alter ego), decididamente, sobran las palabras y reina el sentimiento.

Simplemente, amas. Sin miedo. Sin medida. Feliz y contento de hacer aquello para lo que verdaderamente estás hecho. En consecuencia, completamente alineado con tu esencia.

Que no es otra que el propio amor
que te sustenta,
que te conforma,
y que te da la vida.

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