Ego

En un niño pequeño el ego es, ante todo, un mecanismo que le sirve para llamar la atención (en primera instancia, de su madre), y, de ese modo, satisfacer sus deseos primarios y necesidades básicas (mamar, comer, dormir, afecto, ser atendido, etc.). Luego, conforme el niño va creciendo, el ego mantiene su vigencia y su rol, permitiéndole seguir reclamando la atención sobre los demás con vistas a continuar satisfaciendo sus necesidades fundamentales. Eso sí, sumadas a otras que ya no lo son tanto. Sin embargo, el ego tiene el inconveniente de que no cuenta con las necesidades de los demás. Más bien, va a su aire. Y es, por consiguiente, un tanto miope (no ve más allá de sus narices).

Por cierto, ¿os habéis fijado cómo se comporta un niño que no recibe la suficiente atención de sus padres? Pues llamando la atención (haciendo ruido, alzando la voz, llorando, insistiendo, etc.) hasta que la recibe. Es lo propio.

Lo natural, y lo armónico, sería que conforme el adolescente (el que deja de ser niño para convertirse en adulto) se hace mayor fuera desarrollando una conciencia que le permitiera introducir en su mente un nuevo concepto, un nuevo programa. Algo así como: A partir de ahora procuraré satisfacer mis necesidades, deseos y derechos PERO teniendo en cuenta las necesidades, los deseos y los derechos de los demás. No obstante, todos lo sabemos, esto no siempre es así. De tal manera que podemos encontrarnos a muchos (muchos, muchos) adultos ego-ístas que tratan, a toda costa, de satisfacer sus necesidades sin tener en cuenta a los demás.

Así y todo, toda conducta obedece a unos porqués. Por eso, no es de extrañar que en un mundo como en el que vivimos el ego humano esté a la orden del día. Hoy, más que nunca. Fundamentalmente, porque estamos criando a niños que no reciben la suficiente atención de sus padres. Y esa falta de atención, que incluye el afecto, el cariño y el reconocimiento, (aspectos esenciales para el ser humano) deja un vacío interno que buscará ser satisfecho sea como fuere... y cuando fuere (incluso de forma intemporal).

Sí, el reconocimiento, la justa atención y el cariño pueden erigirse en asignaturas pendientes que condicionen la vida del adulto hasta el punto de llevarle a comportarse, literalmente, como un niño. Es decir, como un ser inmaduro (y egoísta) que no tiene en cuenta a los demás. Algo, a todas luces, lamentable.

Pensémoslo durante un momento: nuestra sociedad moderna se sostiene sobre unos valores tan inhumanos que, sin darnos cuenta, anteponemos lo material y el dinero, a veces, a nuestros propios hijos. Y luego pretendemos que crezcan mental y emocionalmente equilibrados. Pero, ¿en virtud de qué?

Si en vez de amamantarlos les damos leches sintéticas,
si en vez de abrazarlos, besarlos y acariciarlos nos mostramos fríos, indiferentes o poco atentos;
si en vez de prepararles la comida con tiempo y esmero se la preparamos deprisa y corriendo,
si en vez de jugar con ellos les regalamos juguetes,
si en vez de darles afecto les compramos caprichos,
si en vez de leerles cuentos por las noches nos quedamos en el salón viendo la tele,
si en vez de amarlos los utilizamos para satisfacer algunas de nuestras necesidades (poder, reconocimiento, afecto, etc.),
si no les damos lo mejor de lo que llevamos dentro, ¿cómo se supone que crecerán después?

¿Qué clase de adultos serán? ¿Cómo podremos evitar que se vuelvan unos egoístas sin conciencia?

La mejor manera de trascender el ego es desarrollar la conciencia. Y la conciencia se educa... con el ejemplo.

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