Resumen de la experiencia con mi codo


Como sabéis, justo antes del mes de agosto tuve un accidente con mi bicicleta que desembocó en el hospital (el Clínico, de Valencia). Me había fracturado el olécranon (la cabeza del cúbito) y tuve un desplazamiento del tríceps, así que tuvieron que operarme. No había más remedio.

Ya ha pasado más de un mes desde aquello, y ahora veo el momento de haceros un resumen, a fecha de hoy, de los hechos más destacados que he vivido y que estoy viviendo en este particular proceso:

- Por encima de todo, me siento muy afortunado, porque aunque esta experiencia implica una serie de contratiempos y de limitaciones, la estoy viviendo de un modo muy positivo y constructivo. Además, todo está saliendo muy bien.
- Mientras iba en la ambulacia camino del hospital le daba las gracias a Dios por lo que me había ocurrido, pues sentía que esa experiencia llegaba a mi vida, no para fastidiarme, sino para proporcionarme futuros beneficios y ciertas enseñanzas que yo necesitaba para mi evolución.
- De todos los profesionales (médicos, cirujanos, enfermeras, personal administrativo, de limpieza, etc.) que me han atendido en el hospital (menos un médico que era un poco frío, a decir verdad) he recibido un trato exquisito, y de todos guardo un recuerdo entrañable.
- El cirujano que me atendió en urgencias (y que fue el que luego me operó junto con otro compañero cirujano), me comentó que la fractura era seria y que sería muy difícil que yo pudiera recuperar al cien por cien la movilidad en el brazo, pero que él conocía algunos casos. Yo, por mi parte, le dije que haría todo lo que estuviera en mis manos para estar dentro de ese pequeño porcentaje de gente.
- El día antes de la operación sentí miedo. A fin de cuentas, era la primera vez que entraba en un quirófano. Sin embargo, no se trataba de un miedo derivado de una desconfianza en los médicos. Era un puro miedo a lo desconocido, a perder mi integridad. En el fondo, todos los miedos están relacionados con el miedo a la muerte, a dejar de ser, a perder la propia identidad y la propia conciencia.
- Mi miedo se acrecentó un tanto en los momentos previos a la intervención, pero poco antes de entrar en quirófano tuve una experiencia muy personal y sorprendente que me liberó por completo del temor, de tal modo que entré en la sala de operaciones totalmente tranquilo y relajado.
- El anestesista (persona encantadora donde las haya) se entrevistó conmigo unos minutos antes de la intervención y me dio a elegir entre anestesia local y general, advirtiéndome de que era frecuente que en ese tipo de operaciones que, en un determinado momento, los pacientes con anestesia local sintieran dolor, en cuyo caso él me dormiría inmediatamente para evitármelo. Yo le dije que quería ser consciente de todo lo que pasaba a mi alrededor, por lo que, a pesar de la advertencia, opté por la anestesia local.
- Estuve plenamente consciente durante la operación, la cual discurrió sin avatares, y, en palabras del cirujano ha ido mejor de lo que esperábamos. Y, aunque suene extraño, hasta disfruté de ella, pareciéndome una experiencia emocionante y fascinante.
- Los cirujanos me acoplaron una placa metálica para recomponer el hueso dañado. Para tal efecto, tuvieron que recortar algunas partes del mismo (con una microsierra radial) y atornillarla después a la zona modificada.
- Cuando salí del quirófano me sentí estupendamente. Me pusieron una escayola que llevé durante dos semanas. Lo cual fue, sin duda, lo más aparatoso e incómodo del posoperatorio.
- El efecto de la anestesia comenzó a remitir a las 6-8 horas tras la salida del quirófano. Entonces, progresivamente, comencé a experimentar un dolor que llegó a ser tremendo, que me duró unas veinticuatro horas y que yo definí como si la rueda de un camión te aplastara el brazo. Ni siquiera el Nolotil intravenoso consiguió mitigar el dolor. Sólo lo habría hecho la morfina, pero al final conseguí aguantarlo, evitando así que me la inyectaran.
- Posteriormente a esas primeras veinticuatro horas, y a fecha de hoy, no he vuelto a tener dolor en ningún momento, ni infección, ni fiebre, ni ninguna clase de complicación.
- En el hospital me permitieron comer mi propia comida, que me preparaban dos queridas amigas (Yolanda y Thais) siguiendo mis instrucciones. Tomé, fundamentalmente, quinoa, mijo, algas, verduras, polen, fruta y almendras.
- Estando en el hospital (sólo pasé dos días allí tras la intervención) casi no tomé medicación (no me hizo falta), y justo después de la operación, comencé a beber un cóctel casero de aloe vera y jengibre (regenerador, analgésico, depurativo, antibiótico, antiinflamatorio y tonificante).
- Tan cierto es que el personal del hospital me trató exquisitamente como que yo, de antemano, les traté a ellos del mismo modo. Por lo que, una vez más, pude comprobar que uno recibe en la vida lo que da previamente.
- Una de las primeras veces que salí de casa con el brazo escayolado y en cabestrillo fui al centro a acompañar a unos amigos que iban de compras, en plenas rebajas. No os podéis imaginar la cantidad de gente que se chocó con mi brazo escayolado y en cabestrillo (bien visible, os lo aseguro). ¿Y sabés cuántas personas se disculparon? Sólo una. El resto, ni se giraron. Para mí fue una prueba más de que una de las peores enfermedades de nuestra sociedad moderna es el autismo, entendido, en sentido figurado, como el vivir uno a su aire, como si estuviera solo en el mundo, y sin tener en cuenta a las demás personas.
- Por de pronto, las horas de dolor y de sufrimiento (afortunadamente, muy pocas) me han hecho ver la vida con una perspectiva distinta, y diría, modestamente, que han contribuido a hacer de mí una persona un poco más humilde y sencilla, y quizá con una capacidad mejor que antes para relativizar ciertas cuestiones.
- Ni que decir tiene que ya he hecho algunas lecturas (simbólico-metafóricas) de lo que me ha sucedido, y que ya he llegado a ciertas conclusiones. Conclusiones que seguramente compartiré con vosotros/as en otros momentos.
- Esta experiencia me ha servido, entre otras muchas cosas, para acercarme a mi hermana Marisa, de quien no tenía noticias desde hacía más de un año, y de quien recibí, en las varias visitas que me hizo al hospital, mucho cariño, apoyo y ánimo.
- Os diré que se me cae la cara de vergüenza de ver los profesionales tan estupendos que tenemos trabajando en la sanidad pública pero con unos medios (recursos, infraestructuras, presupuestos) tan limitados. Me parece inmoral y repugnante que los políticos locales de Valencia destinen tantísimo dinero a la Copa América, a las carreras de coches y a construir obras faraónicas (que, en última instancia, sólo benefician a unos pocos y no al grueso del pueblo valenciano) cuando la sanidad y la enseñanza públicas y los servicios sociales hacen gala de unas carencias y limitaciones tan ostentosas. Yo entiendo que lo primero es atender dignamente a los ciudadanos, y luego, si sobra dinero, dedicarlo a determinados eventos. No obstante, yo puedo decir que he tenido mucha suerte, y que mi caso no es el de muchos.
- Todo este proceso habría sido muy diferente si no hubiera contado con la amable ayuda de mi amiga Yolanda, quien, consciente de las limitaciones que implicaba tener mi brazo en el estado en que se encontraba (con una movilidad muy reducida), se brindó para que yo pasara la convalecencia en su casa, en la cual he disfrutado de sus atenciones, de su compañía, de su cariño y de su generosidad. A ella, de corazón, mi agradecimiento más profundo.

Por lo demás, este próximo miércoles comienzo a trabajar (con mis consultas, conferencias y cursos) y con la rehabilitación del brazo. Así que ya os iré contando...

Asimismo, os reitero mi agradecimiento por vuestros correos, llamadas y mensajes de ánimo.

Un fuerte abrazo.

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