Psicosomática y estrategia del sistema inmunitario

El lenguaje popular tiende a lo sencillo y a lo sintético, a reducir los conceptos a su forma esencial. Por eso, la manera más habitual que posee para denominar al sistema inmunitario es con la palabra defensas.

Como muy acertadamente indica el vocablo, las defensas del organismo se encargan de defenderlo de posibles agresiones externas y de luchar contra aquellos enemigos hostiles que pretendan atacarlo (mediante una enfermedad), ya sea mermando o destruyendo su integridad.

Dicho esto, cabría introducir una pregunta: ¿qué hay que hacer para mantener altas las defensas?

Vamos a pensar siguiendo una cierta lógica y abundando en esta metáfora:

(Conste que estoy a favor de la paz y que no soy partidario del uso de la violencia). Las defensas de un ejército están constituidas por soldados, que son sus unidades elementales. Los soldados (glóbulos blancos) defienden, imaginemos, un castillo (el cuerpo). Así pues, para que las unidades operativas de ese ejército mantengan altas sus defensas y lleven a cabo exitosamente su cometido, hará falta:

- Que los soldados conozcan bien cómo hacer su trabajo (defender, luchar) y que en ningún momento bajen la guardia.
- Que dichos soldados dispongan de las armas apropiadas para hacer frente al enemigo. Y el arma más importante con la que puede contar un soldado (conditio sine quanon) es el valor (que se contrapone al miedo).
- Que mantengan en todo momento una disciplina (imprescindible para evitar el caos) y una obediencia a los mandos superiores (la inteligencia militar).
- Que estén correctamente alimentados y en buena forma (mediante la realización de ejercicios físicos y de entrenamiento diario).
- Que la inteligencia militar responda a un interés elevado y desarrolle en cada momento la estrategia oportuna para la consecución del citado fin: la salvaguarda de la integridad territorial y la defensa de sus ciudadanos/as.

Si trasladamos esta metáfora a la vida del ser humano, para mantener en buen estado nuestras defensas, habremos de:

- Desarrollar el valor al máximo. El valor es una faceta del amor que se contrapone al miedo. Quien desarrolla el valor no quiere decir que no tenga miedo, quiere decir que se enfrenta a él, que le planta cara, que no se acobarda, que sigue hacia delante ocurra lo que ocurra.
- Saber defendernos en la vida y aprender a luchar (entendiendo la palabra lucha como aquello justo y necesario para abrirse camino en la vida). Y si no hemos tenido la suerte de que nuestros progenitores nos inculquen estas aptitudes, habremos de aprenderlas por nosotros mismos como un objetivo prioritario en nuestra existencia.
- Desarrollar las armas (virtudes) adecuadas para luchar (abrirse paso) en la vida. La más importante de todas, el amor en cualquiera de sus facetas: autoestima, confianza, determinación, tolerancia, comprensión, dulzura, saber escuchar, asertividad, etc., etc. Pero también la inteligencia, es decir, estar espabilado, bien despierto, atento, pensando cuando es necesario y siguiendo el corazón cuando corresponde (intuición).
- Mantener una disciplina de vida alejada de excesos, de extremos, de actitudes radicales, de riesgos innecesarios, de actos que nos pejudiquen (o que perjudiquen a terceros), es decir, llevando un cierto orden en el día a día... pero, al mismo tiempo, con flexibilidad (sin rigidez). Flexibilidad implica capacidad de adaptación. Además de procurar obedecer a la propia conciencia (la que nos indica en cada momento qué es lo más apropiado para mantener el equilibrio y el bienestar).
- Estar siempre atentos a lo que ocurre a nuestro alrededor para poder actuar en consecuencia. Es decir, no bajar la guardia.
- Estar bien alimentados (de forma natural, saludable y equilibrada) y hacer ejercicio físico. El ejercicio físico tonifica, dinamiza, fortalece, oxigena y depura el organismo.
- Que nuestra estrategia vital responda a un elevado interés: mantener intacta nuestra integridad (siendo íntegros, honestos y sinceros), desarrollarnos al máximo como individuos, evolucionar hacia mayores cotas de autoestima y de amor (por los seres y las cosas, por la vida y lo que en ella acontece) y persiguiendo la armonía en ese todo mayor del cual formamos parte junto con nuestros semejantes.

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