Los jóvenes, las drogas y el alcohol.

Los actos humanos están movidos por dos razones fundamentales: las conscientes y las inconscientes. Las primeras se corresponden con los motivos que uno se da a sí mismo (o a los demás), a la luz de su entendimiento y voluntad, para hacer algo. Las razones inconscientes son aquellas que mueven al individuo de una forma más profunda, e irracional, y que, al menos en un primer momento (y muchas veces a posteriori), le pasan completamente desapercibidas.

A tenor de comentarios que escucho de vez en cuando, me da la impresión de que la sociedad se muestra bastante dura y escasamente comprensiva con la tendencia de muchos jóvenes a adentrarse por los tortuosos caminos de las drogas. Y aunque es cierto que ellos son los máximos responsables de sus actos, no lo es menos que existe una larga serie de razones que, si no es que justifican, al menos sí que explican tal comportamiento.

Por de pronto, habría que partir del hecho de que el consumo de drogas (sobre todo las sintéticas o refinadas, que son las que predominan en nuestra sociedad), en mayor o menor grado, comporta perjuicios para la salud (ya sea física, mental o emocional). Obviamente, esos perjuicios van en función de la dosis, de la frecuencia en el consumo y del tiempo que éste se prolongue. Pero sea como fuere, hay perjuicios; y graves, muchas veces. Ninguna droga proporciona salud, armonía ni equilibrio. Y si uno piensa que una droga puede aportarle alguno de estas cualidades, desde luego será pagando un precio.

Las respuestas más habituales que nos dará un adolescente cuando le preguntamos por qué consume drogas serán: Para divertirme (ciertas pastillas alucinógenas), Para ser más lanzado (alcohol), Para no cansarme (éxtasis o anfetaminas), Para sentirme poderoso o importante (cocaína), Para reírme o para relajarme (cannabis). Es decir, las drogas son un camino que le permite conseguir al individuo un objetivo que no sabe conseguir de otro modo (o que piensa que no puede alcanzarlo de otra manera). Pero como todos los atajos y las trampas, acarrea unas consecuencias.

Un fenómeno tan extendido como el del botellón, por ejemplo, ha arraigado en las grandes ciudades y ha terminado imponiéndose como una forma de expresión social cuya lectura no tiene desperdicio, pues, como en cualquier otra faceta inarmónica en la vida del ser humano, simboliza y representa la expresión de un conflicto.

A través del botellón, sobre todo si éste es multitudinario, el adolescente consigue:

- Sentirse parte de un todo mayor, compuesto por otros muchos semejantes, como él, con quienes le une una serie de denominadores en común y una afinidad. Es esa sensación de fuerza, de poder, de confianza y de cohesión que se experimenta en virtud de la sinergia que se crea en los grupos humanos de personas afines y que, de una manera u otra, buscamos alcanzar todos los seres humanos.
- (Cuando el consumo de alcohol implica altas dosis y la posterior embriaguez conduce al olvido) Olvidar, mientras duran los efectos del alcohol, los sinsabores, las penalidades y las frustraciones que suele acarrear la vida del adolescente: frustraciones sentimentales, emocionales (falta de afecto, de corporeidad o de comprensión) o en la comunicación con los demás (a menudo, padres o adultos). En el caso de los estudiantes (muy propensos al botellón), esos sinsabores pueden tener que ver, además, con la gran presión académica, la responsabilidad y el cansancio que implican los largos períodos de estudio.
- Desinhibirse, liberarse del miedo. Quienes son tímidos, pueden conseguir dejar de serlo por unos instantes, y quienes no lo son, pueden ser aún más osados. Sobre todo, a la hora de flirtear.
- Sobrepasar los límites que una conciencia no mermada (por los efectos del alcohol) les marcaría. En cualquiera de sus vertientes.
- (Si el alcohol no deriva en conductas violentas) Adoptar una personalidad más desinhibida, más cordial, más cálida, más confiada, más simpática y empática con los demás. Mostrarse más cercano y amistoso, incluso con personas a las que uno desconoce o con las que no comparte habitualmente un trato de proximidad y confianza. En definitiva, ser una persona distinta (alter ego) por unas horas, enfundarse una nueva piel e interpretarse a ellos mismos pero de un modo optimizado.
- (Si el alcohol deriva en conductas violentas) Expresar la agresividad y la ira reprimidas.

Por otro lado:

- El tabaco llena un vacío interno y da una sensación de control y de seguridad.
- Los porros apaciguan, redondean las aristas del día a día y permiten tomar la vida de un modo más ligero.
- Las pastillas de diseño permiten vivir sensaciones intensas, extraordinarias y que rompen con lo monótono o con el hastío de lo cotidiano.
- La cocaína permite sentirse fuerte, poderoso y capaz de cualquier cosa.

Evidentemente, de lo que se trata en la vida es de obtener esas mismas cosas (la mayoría de ellas, aspiraciones muy legítimas) a través del crecimiento personal, del cultivo de la creatividad y del desarrollo de la autoestima. Pero las preguntas del millón son: ¿Cómo puede un adolescente conocer los valores humanos, cultivar la creatividad y desarrollar su autoestima viviendo en la sociedad en la que vivimos, donde, precisamente eso, no es lo que predomina? ¿Puede aprenderlo de sus padres? ¿Acaso de sus familiares o amigos? ¿Tal vez de los profesores del colegio?

Seguramente, antes de educar a nuestros adolescentes habría que educar primero a los adultos que forman parte de su entorno, porque, las más de las veces, son éstos quienes con sus gestos y actitudes, les transfieren una visión de la realidad y unas conductas poco o nada edificantes. Así pues, los jóvenes encuentran en las drogas un camino allanado y sin obstáculos para la consecución de ciertos objetivos vitales, pero también, y muy especialmente, una forma de evasión de un mundo que no terminan de comprender y que frecuentemente se les antoja duro, ajeno y hostil. El mundo que nosotros, los adultos, hemos creado.

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