Represión y frustración

Ya sea por mi trabajo o por mi vida social, me encuentro con mucha gente (no os imagináis cuánta) que, en mayor o menor medida, vive frustrada, cuando no, enferma o deprimida, debido a la gran distancia existente entre lo que hacen y lo que de verdad les gustaría hacer. Un conflicto muy común entre la población que a veces se prolonga durante años, o, incluso, de por vida. Con todo lo que eso supone.

El caso es que, en el fondo de nuestro corazón, todos/as sabemos lo que queremos, lo que nos gusta y lo que sentimos. Otra cosa es que estemos dispuestos a reconocerlo, y, más aún, a afrontarlo. Máxime, cuando el miedo hace acto de presencia en ese proceso.

¿Y qué problema hay en que uno/a no haga lo que siente? Pues, por de pronto, experimentar un malestar; seguidamente, el conflicto; y si éste no se resuelve, más tarde o más temprano, sobrevendrá la materialización del mismo (enfermedad, contratiempo, avatar, etc.). Además, ¿cómo se puede ser mínimanente feliz si uno/a no hace lo que realmente quiere hacer, si uno rara vez ve cumplidos sus deseos más simples, si uno/a nunca alcanza sus sueños? ¿Cómo se puede ser feliz viviendo cada día en una contradicción? Yo, al menos, no sé cómo.

A propósito de esta cuestión, pienso en personas que, por ejemplo:

- viven atadas a un trabajo que no les gusta en absoluto, pero que les permite sobrevivir o mantener su estatus social;
- como consecuencia de relaciones sentimentales dolorosas o conflictivas, vividas en el pasado, temen aventurarse en nuevas relaciones que no les inspiren suficiente confianza o garantías;
- mantienen su relación de pareja, a menudo por puro interés, a pesar de que el amor ya se ha terminado;
- tienen tan poco tiempo para sí mismas, para el propio disfrute o la propia autorrealización, que malviven encadenadas a un bucle en el que no ven salida.

¿Y cómo salir de ese círculo vicioso? Pues, abundando en los ejemplos que acabo de poner:

Si realizas un trabajo frustrante o insatisfactorio. Comenzar por abrir la mente, el sentimiento y la imaginación a ese trabajo que pagaríamos por hacer. Ese es el primer paso. Es una fase indispensable. Consiste en visualizar ese trabajo en el que nos sentiríamos cómodos/as para atraerlo a nuestras vidas, para que termine llamando a nuestra puerta. Hay que imaginarlo, imaginarnos a nosotros/as mismos/as realizándolo, y con lujo de detalles y emoción. Y luego considerar los pasos a seguir para cambiar nuestro trabajo frustrante por el nuevo y apetecible. Insisto: ese es el paso más importante de todos. Una vez esa idea se ancle en nuestra mente con fuerza y con emoción, llegarán (a menudo por sí solas) las situaciones que propiciarán ese anhelado encuentro con el trabajo deseado. Y no menos importante: no alimentar los miedos. Sobre todo, evitando pensamientos o comentarios del tipo: Me daría miedo dejar este trabajo porque es muy seguro o Es que tengo que alimentar a mis hijos y no puedo arriesgarme. Quien pretenda, de verdad, ser feliz, habrá de adentrarse por los inciertos caminos del riesgo y de la incertidumbre. Eso forma parte de la vida, y de nuestro aprendizaje.

Si vives una nueva relación de pareja pero condicionado/a sobremanera por las anteriores. Entendiendo que lo pasado, pasado está. El presente es todo lo que tenemos. Y que el hecho de que una situación desagradable haya acontecido anteriormente, incluso repitiéndose, no significa que tenga por qué volver a suceder en el futuro (se repetirá, sobre todo, si temes que se repita). Porque el desear compartir, estar o relacionarse con una persona, sentir el impulso que nos impele hacia ella, y a continuación reprimirlo, aunque aparentemente se lleve bien, es una actitud que anida en la mente y en el corazón, envenenándolos. Es necesario entender que para vivir una relación en plenitud hay que darlo todo en cada momento, polarizándonos en el amor y no en el miedo. Además, los prejuicios también pueden alejarnos de vivir algo potencialmente rico y maravilloso. Por ejemplo: rechazar estar con una persona que nos atrae porque pensamos que no es la mujer/el hombre de nuestra vida, o porque no nos abrasa el corazón de pasión. Pues en una relación humana ni la afinidad, ni el amor ni la amistad constituyen, por sí mismas, garantía alguna. Ni se puede saber a priori que alguien es el hombre/la mujer de nuestra vida (¿acaso no lo piensan todos lo que se casan, y luego muchos terminan divorciándose?). Lo único verdaderamente auténtico es el aquí y el ahora. Lo único verdaderamente real no es lo que creemos percibir del otro con nuestra mente sino lo que sentimos en nuestro corazón a cada instante.

Mantener una relación de pareja, cuando el amor ya se ha acabado, por puro interés. Lo primero, ser sincero con uno mismo y llamar a las cosas por su nombre. Lo segundo, asumir la verdad por mucho que duela. Si la base de una relación de pareja es el amor y el amor se termina de forma irreversible, ¿por qué mantener dicha relación? ¿Por una dependencia económica? ¿Por el estatus que nos reporta esa relación? ¿Por sentirnos seguros/as al lado de esa persona? ¿Porque pensamos que si dejamos esa relación no encontraremos a una persona con la que sentirnos mejor o a la que podamos atraer? ¿Porque hay unos hijos pequeños de por medio? La solución pasa por la autoestima, por amarse uno/a a sí mismo/a, dándonos en cada momento de nuestras vidas lo que es justo y necesario para mantener/alcanzar un grado suficiente de armonía. Lo justo y necesario. Ni más ni menos. Y, desde luego, el permanecer al lado de una persona que no se ama no puede ser, en modo alguno, una decisión que nos acerque el bienestar.

No tener tiempo para uno/a mismo/a. Si una persona se pasa todo el día trabajando y/u ocupada en diversas actividades, y nunca encuentra tiempo para sí misma, para el descanso, para la diversión y para la propia autorrealización (aficiones, viajar, compartir con los demás, etc.), habrá de sacar el tiempo de alguna parte. Quizá la solución radique en organizarse, o en reestructurar nuestra escala de valores, de tal forma que nuestro bienestar se encuentre en el punto que le corresponde, en vez de ocupar los últimos lugares. Porque si pasa el tiempo y no experimentamos, al menos de vez en cuando, un cierto bienestar, una sensación de gratificiación, de recompensa o de libertad, sinceramente, ¿cómo podemos ser felices?

Cualquiera de nosotros/as, bien es cierto, puede sentirse en un momento dado atrapado/a en sus circunstancias. Es comprensible. Pero lo que no es razonable, ni saludable, es encontrarse atrapado en el malestar o en la frustración durante años, o durante toda una vida. Eso es vivir en el vacío (lo opuesto a plenitud), en la ansiedad (por una vida mejor) y en la desesperación.

Estados, todos ellos, contrarios a la naturaleza humana y contrarios al amor.

Comentarios