Jamie Oliver: un cocinero simpático y amoroso.

A una amiga le dejé un disco duro portátil para que me grabara algunas películas y documentales, devolviéndomelo al cabo de unas semanas con una sorpresa especialmente agradable: unos divertidos e interesantes vídeos de un tal Jamie Oliver.

Sí, me encantó el referido: muy seguro de sí mismo, resuelto, lleno de recursos, pero sobre todo muy simpático y amoroso; y además cocinero. ¡Qué fascinante combinación!

La verdad, lo veo manejándose en los fogones y me entusiasma. Más allá de las combinaciones que hace o que utilice algunos ingredientes refinados, es un verdadero artista. Además, me parece maravilloso que viva en el campo, que tenga su propio huerto ecológico y que se surta de sus vegetales para preparar los platos cotidianos que come su familia. Y ya puestos a elogiar, que se dedique a contratar a gente en el paro para que aprendan cocina y trabajen en sus restaurantes... pues... me quito el sombrero.

Comprendo perfectamente que sea una estrella mediática en el Reino Unido. Porque es un tipo sencillo donde los haya, campechano, dulce, que a veces se equivoca y lo admite sin pudor, porque sonríe, hace bromas, prueba las comidas con el dedo, canta mientras cocina... En fin, que encarna muchas de las virtudes humanas que tanto nos gustan a las personas. Es alguien que, en definitiva, inspira muy buenas vibraciones.

Personalmente, lo veo como una persona singular, y un gran cocinero, que se sirve a cada instante del ingrediente más importante a la hora de cocinar: el amor.

Para muestra, un botón.


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