El corazón: un tonto muy sabio.

Anoche, conversando con una amiga, ésta me ponía al día de los últimos acontecimientos en su vida, pues había conocido recientemente a un hombre del que se había enamorado. Natalia se explicaba en estos términos:

(Cambio los nombres para preservar la identidad de los referidos).

Ya sabes, Carlos, que llevo un año quedando con Juan. Es un chico encantador, muy atento, educado, con inquietudes. Todo un caballero, como a mí me gusta. Además, hace un año que terminó la carrera y se ha colocado en un puesto estupendo dentro de su empresa. Y la verdad es que físicamente no está nada mal. Pero resulta que hace un par de semanas salí una noche con unas amigas y conocí a otro chico, a Jaime.

Jaime, en casi todo, es el polo opuesto a Juan. Es un artista que lleva un estilo de vida muy bohemio. Una persona muy despreocupada, sin los modales ni la compostura de Juan, y con escasa cultura. Hasta diría que es menos guapo. Pero me derrito cuando estoy con él. A veces, me tiemblan las piernas cuando me toca, y noto cómo el corazón se me sale del pecho si me sonríe. Es que... siento que daría lo que fuera por estar a su lado el resto de mi vida.

Sin embargo, mi cabeza me dice que me conviene más Juan. ¿Tú qué opinas?

Desde luego, se trataba de un asunto con mucha miga. Una experiencia que quizá una mayoría de personas han vivido alguna vez. Una encrucijada cuya resolución, a mi modesto entender, se dilucida claramente cuando nos abrimos a escuchar... la voz de nuestro corazón.

Esto fue, intentando ser fiel a lo que le dije, lo que le contesté a mi amiga:

Natalia, compartir tu vida con un chico atento, educado, culto y con inquietudes espirituales puede resultar una idea muy atrayente. La afinidad es algo especialmente agradable cuando se da entre los seres humanos. Sin embargo, por sí misma, no constituye una garantía de durabilidad ni de estabilidad en las relaciones.

Yo pienso que lo que más nos conviene a las personas, por encima de todo, es amar. Amar, quiero decir, sin medida (esa es la justa medida del amor). Amar, pero sin esperar nada a cambio. Amar apasionadamente. Porque si no es así, ¿de qué sirve la vida? ¿No es al amar cuando nos sentimos más vivos?

Cada uno puede hacer lo que quiera con su vida, Natalia. Somos libres de elegir nuestro camino. Pero yo soy partidario, y sobre todo cuando se trata de elegir estar con alguien, de escoger siempre con el corazón. A sabiendas de que el corazón es ciego, y tonto; porque no piensa. Ni falta que le hace. Para pensar ya tenemos la mente. ¿Pero es conveniente elegir pareja con la mente? ¿Es oportuno hacerlo después de darnos argumentos indiscutibles y profundas razones? ¿Es apropiado elegir a una persona por una serie de intereses o buscando una solidez, en el fondo, inexistente?

Creo que es mejor no buscar razones y dejar a la mente para sus menesteres: para crear, para entender, para soñar... Pero para amar ya está el corazón. Sólo él puede amar con mayúsculas: sin condicionamientos, sin metas, sin propósitos. Porque lo único que el corazón pretende es abrirse y dejar salir ese torrente de deliciosa, cálida y poderosa energía que lleva dentro.

Así que, en respuesta a tu pregunta, no se me ocurre nada mejor que decirte que... haz lo que sientas. Simplemente, lo que te dicte tu corazón.

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