El poder terapéutico de las caricias, los besos y los abrazos.

Vivimos en una sociedad en la que ver a dos personas que se abrazan prolongadamente en la calle capta miradas de sorpresa, e, incluso, de sospecha. Un entorno en el que resulta extraño (ni en parques, ni en la playa ni en los centros comerciales) ver a los padres besar en público a sus hijos; ni siquiera entre ellos. Por contra, las muestras públicas de cariño son tan escasas que cuando se dan, máxime al implicar una cierta carga emotiva, llaman poderosamente la atención. Sin embargo, huelga decir que a nadie le disgusta que le traten con cariño.

Desde luego, no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que los besos, los abrazos y las caricias son capaces de cambiar nuestro estado de ánimo ipso facto, aliviando a la postre cualquier malestar físico o psíquico que estemos experimentando las personas. Y a propósito de esta obviedad, es ahora cuando un neurólogo británico, Francis McGlone, ha demostrado científicamente que las caricias son capaces de estimular ciertas terminaciones nerviosas de la piel, de tal modo, que pueden aliviar el dolor. Esas fibras llevarían la señal de placer hacia la región del cerebro responsable de las recompensas, y explicaría, además, por qué a las personas les gusta untarse con cremas, masajearse el cabello y, también, por qué una palmada en el hombro puede ser más eficaz que las palabras para aliviar el dolor.

Los investigadores han dicho, asimismo, que van a estudiar una serie de condiciones clínicas (como la depresión o el autismo) ligadas al tacto: se sabe que a la mayoría de los niños autistas les gusta ser abrazados o acariciados, mientras que los pacientes con depresión demuestran signos claros de falta de cuidado con el cuerpo. De hecho, la depresión puede tener su origen en la carencia del cuidado maternal durante la infancia, y por eso el cariño podría ser usado para tratar dolencias crónicas.

Por otro lado, la organización británica Relate (asesoría psicológica en relaciones de pareja y terapia sexual) afirma que son muchas las pruebas científicas que demuestran los beneficios de besar a otra persona. Por ejemplo, estimula la parte del cerebro que libera oxitocina en el torrente sanguíneo, creando una sensación de bienestar. La oxitocina, hormona que influye en funciones básicas como el enamoramiento, orgasmo, parto y amamantamiento, está asociada con la afectividad, la ternura y el acto de tocar.

En lo que a mí respecta, y en repetidas ocasiones, he podido constatar estas conclusiones científicas. Y creo que cualquier persona mínimamente despierta podría comprobarlo por su cuenta. Por ejemplo, en una conversación que mantengas con alguien colocas una mano en el hombro de tu interlocutor, o frotas afectuosa y sonrientemente su espalda, e inmediatamente notas su empatía y cómo el gesto le reconforta. O besas, o abrazas a un conocido cuando te reencuentras con él, en vez de darle la mano, y su respuesta emocional no se hace de esperar.

Besos, abrazos, caricias: un poderoso y socorrido recurso que tiende a demoler las barreras, a veces infranqueables, que tan a menudo se interponen entre los seres humanos.

¿Vais a dejar pasar la ocasión de comprobarlo?

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