Crisis

Cuando en el seno de una pareja, por ejemplo, falta la armonía, se suceden las crisis entre las partes que la conforman. Lo mismo puede ocurrir entre dos amigos, entre una madre y su hija, en un grupo humano o una colectividad, en un país, o, incluso, en un planeta. Un fenómeno habitualmente incómodo, y hasta desagradable, cuya razón de ser, sin embargo, no es otra que la de reconducir los acontecimientos hasta un punto de mayor armonía, equilibrio y orden.

Crisis es una palabra de origen griego que significa, literalmente, decisión. Vocablo procedente de un verbo que, a su vez, significa decidir, separar, juzgar. Algo que conviene hacer cuando una situación se nos empieza a ir de las manos.

Hace décadas que nuestros vehículos podrían funcionar con combustibles alternativos y no contaminantes (como las células de combustible, el hidrógeno o los alcoholes vegetales), pero algunas multinacionales parecen empeñadas en agotar por completo las reservas de petróleo del subsuelo mientras sus beneficios alcanzas cifras multimillonarias. Otros individuos vieron una oportunidad de enriquecerse aprovechando salvajemente cada metro cuadrado disponible de terreno para especular y construir viviendas, sin importar que fuera en primera línea de costa o que hubiera que talar bosques centenarios. Aunque si de lo que hablamos es de enriquecerse a costa de exprimir a los trabajadores, no podemos dejar de mencionar el redondeo del euro. Es decir, que un quilo de tomates podía costar menos de cien pesetas hace ocho años y ahora, fácilmente, puede costar quinientas (3 euros). Ya no es que lo que antes costaba cien ahora cueste ciento sesenta y seis. Es que puede haber multiplicado su precio por cinco, siete o diez.

Por si esto fuera poco, parece que a muchos hombres les da, cada vez más, por pegar a sus mujeres. Y a muchos hijos por pegar a sus progenitores, dicho sea de paso. Peor aún: se puede invadir ilegalmente un país soberano si en él existe algo que resulte de interés; so pretexto de reinstaurar la democracia, claro está. ¿Y qué importa si nos adentramos en pleno siglo veintiuno? ¿Por qué no seguir torturando en cárceles secretas a seres humanos que no han tenido un juicio justo? Y, ya puestos, ¿por qué no condenar primero y asesinar (ajusticiar) después a esos mismos chivos expiatorios en nombre de la libertad y de la justicia? De ese modo, quizá el pueblo llano se sienta más seguro y protegido.

¿A quién sorprende que el planeta esté viviendo una crisis mundial? ¿A quién no le cuadra? Esta es la crisis número... número... Disculpad, ya he perdido la cuenta. ¿Acaso han transcurrido más de cincuenta años seguidos a lo largo de la historia de la Humanidad sin que haya tenido lugar una crisis de cierta envergadura?

En verdad nos jactamos de ser la especie animal más inteligente. Pero supongo que lo decimos por no tener abuela. Porque toda esa inteligencia nos ha permitido llevar cochecitos teledirigidos a Marte; sí, efectivamente. Pero no hemos conseguido todavía, después de miles y miles de años de civilización, construir un mundo justo en el que vivamos con armonía los unos con los otros. Ninguno de nuestros adelantos científicos, tecnológicos o políticos han creado, a fecha de hoy, un escenario de paz y de fraternidad duraderas entre los seres humanos. Es más, seguimos haciéndonos la guerra a la primera de cambio. No importa si es con piedras, con ballestas o con misiles. La esencia es la misma: la ignorancia y el ego.

Lo queremos todo. Y que dure. Y que nadie nos lo quite. Pero eso comporta un precio. Y, naturalmente, ciertos riesgos. Si te paseas por un barrio marginal cubierto de joyas, no te extrañes si te atracan. Si te dedicas a construir miles y miles de viviendas, las vendes a precios astronómicos y luego nadie las compra por no disponer de suficiente liquidez, no te sorprendas si el pueblo, sabedor de su derecho a residir en una vivienda digna, se echa a la calle para protestar. No te sorprendas de que tu hijo se emborrache con sus amigos cada fin de semana si se siente frustrado porque no le gusta el mundo en el que vive... o porque no le escuchas... o porque sueles estar muy ocupado con tus asuntos. La educación requiere algo de tiempo.

Por lo visto, el debate se centra ahora en si hay crisis o no. A lo que yo diría que el mundo en el que vivimos está experimentando una crisis permanente (que, eso sí, fluctúa) desde hace no sé cuánto tiempo. Pero mucho. Mucho, mucho. Algo muy lógico, habida cuenta del modo en que las personas hacemos las cosas. A menudo, movidas por nuestros intereses más egoístas, por el miedo, por las dudas, por la falta de autoestima (amarse uno a sí mismo) y de espiritualidad (el sentimiento de que hay un mundo real pero intangible compuesto de algo que podríamos denominar valores humanos).

¿No será que ya ha llegado el momento de replantearnos algunas cosas, de preguntarnos si, verdaderamente, nuestro estilo de vida nos hace felices? Porque si el tamaño de la crisis es de una envergadura considerable, ¿no será, pues, que nos hemos alejado sobremanera de la armonía y del equilibrio?

Tal vez se nos presente ahora una oportunidad para ahondar en el significado de la palabra crisis. Una oportunidad de oro para juzgar si lo que estamos haciendo es lo mejor, para separar lo que es armonioso de lo que no lo es, y para, finalmente, decidir si queremos seguir viviendo como hasta ahora... o nos abrimos de corazón a un mundo de nuevas posibilidades en el que alcancemos más y mayores cotas de felicidad.

Comentarios