Ciencia empírica en el fregadero

Hace cosa de tres meses, acudí a una cena de amigos/as en la que cada uno/a aportaba su propia creación culinaria para compartir. Una vez finalizado el ágape, una de las asistentes y yo nos ofrecimos voluntarios para hacer la fregada. Una labor que suele antojarse ingrata a la mayoría de los mortales pero que, al menos en esa ocasión, a mí me resultó muy llevadera (por la agradable compañía), y, sobre todo, harto provechosa. Enseguida veréis por qué lo digo.

Recuerdo especialmente algunos de los cacharros que fregué: una bandeja de horno que había albergado un pollo asado con patatas, un bol que contenía un cuscús integral con verduras, una ensaladera (en la que se había servido una ensalada de rúcula y otras verduras), otro bol que contenía una manzanas al vapor regadas con sirope de manzana y un recipiente que había alojado una macedonia de frutas.

Para dejar completamente limpia la bandeja donde había estado el pollo con patatas tuve que esmerarme mucho y frotarla repetidamente con un estropajo de níquel y una cierta cantidad de lavavajillas líquido (ése tan famoso que puede con toda la grasa). El bol del cuscús quedó limpio con una esponja, un poco de lavavajillas y frotando un poco. La ensaladera apenas requirió frotar y muy poco lavavajillas (sólo un poquito pora desengrasar los restos de aceite). Por su parte, el recipiente de las manzanas al vapor con sirope de manzana, sólo frotar ligeramente bajo el grifo, sin añadir jabón. Y, por último, el cuenco donde había estado la macedonia de frutas se limpió (como una patena), simplemente, enjuagándolo bajo el grifo, sin frotar en absoluto y sin añadir ni una gota de lavavajillas.

Entonces, pensé: Qué curioso, cuanto más limpia un alimento el organismo, menos esfuerzo tengo que efectuar para limpiar el recipiente en el que se ha servido. Luego, a continuación, recordé el magnífico y revelador refrán: De lo que se come, se cría; sirviéndome de él para extrapolarlo a este caso: cuanto más cuesta de limpiar el plato donde se ha servido un alimento, más ensucia éste el organismo. Desde luego, todas las piezas encajaban perfectamente, lo que significa que un pollo asado con patatas, por muy bueno que esté, no limpia en absoluto el organismo, más bien todo lo contrario; pero las verduras crudas y las frutas, a todas luces, lo limpian más que ningún otro alimento. Así que la máxima hipocrática de: Que tu alimento sea tu medicina y tu medicina tu alimento también tenía su razón de ser. Eso sin olvidar que es el limón un ingrediente que se suele añadir a los lavavajillas para potenciar su efecto desengrasante. Pues igual hace en el organismo. El referido cítrico lo limpia, purifica y desengrasa.

Lo que resulta evidente, a propósito de aquella memorable fregada, es el hecho de que, a menudo, de actos muy simples y cotidianos, a poco que uno los observe con atención (y si puede ser, repetidamente), puede llegar a extraer acertadas y muy útiles conclusiones. Al fin y al cabo, en eso mismo se basa la ciencia: en la experiencia.

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