"Caldo amatista"

Estoy cuidando, desde hace poco más de quince días, de un familiar muy allegado que se encuentra convaleciente. En estos momentos sigue una dieta eminentemente frugívora (compuesta por frutas ácidas, aloe vera, jugo de trébol y jengibre) para desintoxicar su hígado (cuya función hematopoyética -formadora de glóbulos rojos- se había visto enormemente mermada) que incluye un puré nocturno a base de patata, zanahoria y alcachofa (sin aceite ni sal).

Observé que bebía poca agua entre horas, sólo algunos sorbitos ocasionales de una convenientemente depurada, soleada, imantada y bajo el radio de acción de una onda de forma que le aportaba equilibrio y armonía al líquido elemento. Sin embargo, era tal la energía de dicha agua y tan elevada su frecuencia vibratoria (medida con un péndulo) que el cuerpo de la paciente (muy debilitado) sólo podía tomarla en muy pequeñas cantidades. Y era necesario hidratarla suficientemente para que el agua pudiera actuar como vehículo de transporte en la eliminación de sus toxinas corporales.

El reto consistía entonces en proporcionarle un líquido agradable de sabor pero que, al mismo tiempo, contribuyera a la depuración que estaba llevando a cabo el cóctel frutal. Un líquido que, además, pudiera tomarse caliente para que le aportara algo de calor (si bien, el jengibre del puré de frutas ya le suministraba un poco del elemento fuego) y que contuviera significativas cantidades de hierro. Fue por ello que enseguida me puse manos a la obra.

Conocía ya las numerosas propiedades medicinales de las coles, de la cebolla y del apio, y también las que posee el color violeta (el de menor longitud de onda -y más alta vibración- de todos los que conforman el espectro de luz visible), por lo que entendí que un caldo que fuera capaz de aunar química y color podía ser óptimo.

Probé a cocer (poco más de 20 minutos) una mezcla a partes iguales de (para obtener unos 3 litros de caldo):

- repollo
- y col lombarda (que cedería gran parte de su color violáceo y del hierro).

Además de:

- un par de cebollas medianas
- y un puñado de hojas de apio.





Luego, dejé reposar la decocción unos minutos en la cacerola y finalmente la colé. El resultado fue un delicioso caldo de color violeta que, según incidía la luz sobre él, adquiría matices rojizos (similares a los del vino tinto y delatores del hierro presente). Un caldo que la paciente comenzó a beber con mucho gusto, en considerables cantidades (3 vasos grandes al día), y que, asimismo, servía como base perfecta para su puré nocturno.

Cuando mi amigo Luis León (experto en plantas medicinales y en ciencias naturales) vio el caldo, me dijo, literalmente: Esto es una amatista líquida, Carlos. Entonces, yo apostillé: ¡Exacto! Yo no lo hubiera dicho mejor, Luis. Sabía que este color violeta del caldo me recordaba a algo pero tú me lo acabas de decir. Efectivamente, tiene el mismo matiz violáceo que posee una amatista. Así que tendrá propiedades semejantes. A lo que añadió Luis: Seguro que sí. No os extrañara, por tanto, que lo bautizara con el nombre de Caldo amatista.

Os invito, pues, a experimentar con este precioso elixir y a que compartáis conmigo vuestras experiencias. Podéis tomarlo caliente en invierno o fresco en verano (entre horas), añadiéndole una chispa de sal y unas gotas de aceite virgen de primera presión en frío (preferiblemente, oliva o girasol). Aunque también será una estupenda base para cocinar patatas, cereales, o, en defintiva, cualquier guiso que decidáis elaborar.

Las maravillosas propiedades que posee, mejor que las comprobéis por vuestra cuenta. Ya me diréis...

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