Los inconvenientes de cocinar con campos electromagnéticos

Desde que a mediados del siglo XVIII comenzara la Revolución Industrial, la tecnología nos ha ido proponiendo un estilo de vida esencialmente cómodo cuyas consecuencias, a veces nefastas, sólo se han tenido en cuenta a posteriori (y no a priori), cuando se ha demostrado (normalmente, demasiado tarde) que algunas de sus creaciones perjudicaban a la salud. Ejemplos de esto son el DDT, el empleo de combustibles fósiles en los vehículos o la radición de microondas que emiten los teléfonos móviles. Todas ellas, tecnologías cuyo uso perjudica notablemente a la salud (se haya demostrado científica o empíricamente). Y esto ha sido así porque, las más de las veces, la tecnología no ha estado, verdaderamente, al servicio del ser humano (persiguiendo mantener su integridad y su armonía) sino supeditada a los intereses económicos de numerosas empresas (por no decir una mayoría).

Por fortuna, algo está cambiando a este respecto. Ahora vivimos inmersos en la Era de la Información. Un momento de la historia en el que, en muy pocos minutos, una noticia puede dar la vuelta al mundo a través de Internet. Ahora, la gente sabe mucho más que antes, y mucho más rápido. Los consumidores y usuarios se informan, contrastan y comparten opiniones, y, en última instancia, hacen valer su propio criterio frente a quienes pretenden venderles a toda costa determinados productos.

Por otro lado, es frecuente que la gente viva deprisa y sin tiempo para dedicarse a sí misma. Lo cual, en ocasiones, es un espejismo más que una insoslayable realidad. ¿Acaso nuestra salud y nuestro bienestar no merecen un poco más de tiempo? ¿O es que vale más la pena ahorrarlo para que terminemos pagando el que puede ser un alto precio? Comoquiera que sea, la industria está ahí para dar una respuesta a este reto, anticipándose, a menudo, a las propias necesidades del consumidor (a menudo es la tecnología asociada al márquetin la que crea una necesidad irreal en la persona).

Efectivamente: la vida moderna nos ofrece varios sistemas para cocinar en tiempo récord y de forma cómoda; y sin apenas tener que limpiar. Por ello, se suelen comprar los hornos de microondas, porque cocinan muy rápido; y las placas vitrocerámicas, porque se limpian muy fácilmente. Pero en la tienda, cuando nos lo venden, nadie nos explica hasta qué punto y de qué manera pueden perjudicar a nuestra salud. Sólo nos hablan de sus grandes ventajas: que el diseño de los aparatos hará juego con nuestra cocina, que apenas habrá que limpiar y que podremos dedicarnos a otras actividades con lo que nos ahorremos cocinando. Todo muy cómodo y muy fácil... Pero, insisto, y nuestra salud, ¿qué lugar ocupa en nuestra escala de prioridades?

A lo largo de la mayor parte de la historia de la Humanidad se ha cocinado con fuego. Se ha quemado carbón, madera o gas para preparar nuestros alimentos. Y este modo de cocción ha sido el que más ha respetado su integridad y su sabor (y aun así, conste, la cocción mediante fuego también altera la integridad del alimento).

Sin embargo, cuando preparamos un alimento con un microondas o con una placa vitrocerámica, sirviéndonos de potentes campos electromagnéticos y radioeléctricos, no sólo lo estamos calentando sino que estamos modificando la disposición de sus moléculas y debilitando enormemente su campo bioenergético (el cual, puede medirse con un péndulo, mediante tests quinesiológicos o ver en un monitor gracias a una cámara kirlian), de tal manera que cuando dicho alimento entre en nuestro cuerpo éste no lo va a reconocer como afín, y ello, finalmente, determinará que su absorción no sea la correcta. Es decir, el organismo lo tratará, no como algo en consonancia con su propia naturaleza, sino como un auténtico cuerpo extraño. Pero lo peor de todo es que este proceso ocurrirá en silencio y sin ningún síntoma físico que lo delate. Lo cual, probablemente, llevará a creer (erróneamente) al consumidor que aquí no ha pasado nada malo. Sin embargo, conviene recordar que son las células las que se nutren, no nuestro estómago. Y para que nuestro cuerpo goce de una mínima salud es imprescindible, no ya sólo llenar el estómago con alimentos de calidad, sino que los nutrientes que éstos contienen lleguen en perfecto estado a nuestras células. Sólo a eso se le denomina estar bien nutrido.

Por consiguiente, si queréis invertir en un valor seguro (que os dará importantes réditos y que os ahorrará muchos problemas), invertid en salud. Porque toda inversión que hagáis en vuestra propia salud, además de ser una expresión de autoestima (con todo lo que ello supone), redundará de un modo u otro en vuestro beneficio.

Y en relación con el tema que nos ocupa hoy, mi recomendación es muy simple: os propongo considerar la instalación de encimeras de gas en vuestra cocina antes que las placas vitrocerámicas o los hornos microondas. No vale la pena ahorrar un poco de tiempo o de jabón (a la hora de limpiar) si vuestra salud, a la larga, va a resentirse. Además, pensad que comemos todos los días, y varias veces. Con lo cual, los perjuicios también irán en proporción a la frecuencia de uso de los mencionados aparatos.

Una vez más, queda dicho: lo natural es siempre lo mejor.

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