Curarse en salud

Para ilustrar el tema de hoy, voy a recurrir a una metáfora: un diálogo ficticio entre dos personas que pone de relieve la diferencia entre alguien que cuida de su salud y alguien que no lo hace.

En el texto que sigue a continuación, charlan dos amigos de edades parecidas, que viven en la misma urbanización, que trabajan en la misma empresa y que, curiosamente, conducen la misma marca y modelo de coche. Un vehículo que, además, se compraron el mismo día.

Paula: ¿Qué tal, Miguel? ¿Cómo estás?
Miguel: Pues muy fastidiado, ¿sabes? Se me ha vuelto a estropear el coche.
P: ¿Y qué le pasa esta vez?
M: Que no arranca.
P: ¿Pero no lo llevaste a la revisión que nos tocaba el mes pasado?
M: No, se me olvidó; es que últimamente ando muy liado. ¿Tú llevaste el tuyo?
P: Sí, claro.
M: ¿Y qué tal fue, qué te dijo el mecánico?
P: Que estaba como nuevo.
M: Pues la última vez que llevé el mío al taller me dijeron que mi coche tenía un año pero que parecía que tuviera diez. Estaba ya un tanto deteriorado, según el mecánico.
P: ¿No será, Miguel, que a menudo lo llevas al límite?
M: ¿A qué te refieres, Paula?
P: Bueno... me refiero a que castigas mucho el motor. Además, te gusta correr, acelerar bruscamente, frenar en seco, derrapar... Incluso te he visto ir muy deprisa con él por un camino forestal, siendo que no es un todoterreno.
M: Sí, es verdad. Me gusta la conducción deportiva.
P: Vaya que sí.
M: Y a veces se me olvida revisar el aceite, el líquido de frenos o el estado de los neumáticos. Pero lo mío es mala suerte, Paula, te lo aseguro. Porque incluso ya he tenido tres accidentes con este coche, ¿recuerdas?
P: Sí, la vez que te saliste de la carretera, cuando te hundieron el maletero por aquel choque...
M: Y, recientemente, cuando me fallaron los frenos al bajar la rampa del garaje y terminé estrellado contra el muro. Un poco más, y me mato.
P: Menos mal que sólo te rompiste una pierna.
M: Tú, sin embargo, no has tenido ningún contratiempo, ¿no es cierto?
P: Sólo me falló el elevalunas del copiloto. Pero era un contacto sin importancia. Me lo arreglaron enseguida.
M: ¿Y cómo puede ser que nos compráramos el mismo coche y el mismo día y que yo haya tenido tantos problemas... y tú, prácticamente, ninguno?
P: Quizá porque cuido mucho el coche y porque suelo ser bastante prudente a la hora de conducir.
M: A mí, sin embargo, no me gusta que nadie me diga cómo tengo que conducir, ¿sabes? O si puedo tomarme o no un par de copas el sábado por la noche y luego coger el coche.
P: Pero las normas de tráfico están muy bien estudiadas por los expertos, Miguel, y no son para fastidiar a nadie sino para evitar que las personas nos hagamos daño y para que no se lo hagamos tampoco a las que comparten la carretera con nosotros.
M: Sigo sin entender cómo es que tú nunca tienes ningún percance. Algún día te tocará, ¿no?
P: Hombre... puede que me toque algún día, no lo sé, pero, por lo menos, hago todo lo que está en mi mano para evitarme problemas. En fin... ya sabes que limpio el coche todas las semanas y que apunto en mi agenda cuándo tengo que mirar los niveles o llevarlo al taller para las revisiones. Luego, procuro no tratarlo mal, ni corro riesgos innecesarios.
M: O sea, que tú siempre eres una buena chica y nunca te saltas las leyes.
P: Sólo cuando considero que es imprescindible, o cuando no existe ninguna clase de peligro.
M: A ver, pon ejemplos.
P: El día que tuve que llevar urgentemente a mi hijo Héctor al hospital, no dudé ni un instante en saltarme varios semáforos y en correr. Recuerda que se estaba desangrando. Y... por ejemplo... si circulo por la autopista, a veces me verás yendo a ciento veinte o ciento treinta y cinco, pero jamás a ciento ochenta.
M: ¿Y nunca tienes impulsos incontrolables?
P: Tengo impulsos, como todo el mundo, y a veces son intensos. Pero, normalmente, no me dejo llevar ciegamente por ellos.
M: ¿Ciegamente?
P: Sí, Miguel, me refiero a que trato de mantener los ojos siempre muy abiertos. Y, si puedo evitarlo, prefiero que todo vaya como una seda antes que estrellarme. A fin de cuentas, es una elección, mi responsabilidad. Algo que depende de mí.

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