Falta de autoestima

La falta de autoestima se erige ante nosotros como un fenómeno muy extendido en nuestra sociedad, hasta casi haber alcanzado proporciones epidémicas. La autoestima: una actitud necesaria para sentirse bien con uno mismo y con el mundo; e imprescindible para poder amar (digo amar, y no querer) a los demás. Algo que, cuando escasea en nuestras vidas, nos adentra por los tortuosos y abruptos senderos del malestar y de la infelicidad. Ahora bien, ¿qué es la autoestima?

Para entender lo que es la autoestima primero hay que entender lo que es el amor, ya que la autoestima no es sino el amor dirigido a uno mismo (nada que ver con el egoísmo, dicho sea de paso). A lo que cabría preguntarse entonces, ¿qué es el amor?

En la vida cotidiana, lo más parecido al amor se puede encontrar en muchos lugares y expresado a través de personas muy diferentes. Pero quizá quienes mejor suelan encarnarlo sean algunas madres y algunos padres para con sus hijos.

Por ejemplo:

Una madre, faltando un par de meses para el cumpleaños de su hijo (que va a cumplir nueve), se siente tentada de comprarle un abrigo, que ya le hace falta. Sin embargo, se deja sentir y termina preguntándole a éste qué regalo le haría ilusión. El crío, un muchacho muy aplicado en los estudios y gran colaborador en las tareas de la casa, le contesta que lo que más, sería tener una bici. La madre, que vive sola con él, y que no dispone de mucho dinero, decide hacer horas extra en el trabajo para comprársela. Así que al cabo de un par de meses ahorra lo suficiente y después llega el día en que le regala la bici a su hijo. Finalmente, ella se siente plena y dichosa al ver la alegría y la felicidad que le ha procurado al pequeño.

En resumen, la madre ama a su hijo porque:

1°) Se toma la molestia de averiguar cuál es el regalo que más ilusión le hace al crío, renunciando al que a ella le parecía más oportuno y adecuado.
2°) Lucha con fuerza y con determinación para lograr su propósito, venciendo los posibles contratiempos (el amor los diluye o los atenúa).
3°) Se siente feliz de ver a su hijo feliz.

El amor, en definitiva, le ayuda a la madre a vencer los obstáculos que surgen en el camino para comprar la bici. El amor le insufla aliento a cada instante. Además, le aleja del miedo (¿Se caerá y se hará daño cuando tenga la bici? ¿Se la robarán? ¿Se la dejará olvidada en alguna parte? ¿Se cansará al poco tiempo de ella?). Y, finalmente, le lleva a salirse de su propio yo para meterse en la piel de su hijo, sientiéndose feliz al empatizar con los sentimientos de felicidad de aquél.

Pues bien, podríamos decir que una persona tiene baja la autoestima cuando no hace ninguna de estas cosas... para sí misma. La falta de autoestima se podría definir, por tanto, como la actitud que le lleva a un individuo a no concederse aquello que le corresponde en cada momento de su vida (lo justo y necesario, ni más ni menos). Es decir, no luchar por lo que uno desea/necesita o no luchar con la suficiente fuerza, con el suficiente tesón, con la necesaria fe (en uno mismo y en los recursos de la vida).

La falta de autoestima es, habitualmente, sinónima de abandono. Uno se va dejando, uno tiende a olvidarse de sí mismo... porque no se valora lo suficiente, porque no valora lo suficiente su vida (por eso, la falta de autoestima, llevada al extremo, conduce a algunas personas al suicidio).

Me encuentro con muchos casos en la consulta, y fuera de ella otros tantos. La falta de autoestima se diversifica de muy distintas maneras, según los seres humanos que la protagonizan. En muchos de ellos ese abandono se expresa mediante una sistemática falta de limpieza o de higiene corporal, falta de orden y limpieza en sus habitaciones, en sus casas, en sus automóviles (Total, ¿para qué?, comentan algunos). A veces, incluso, todas estas facetas van en paralelo. Personas, como digo, un tanto desaliñadas, o que visten con cualquier prenda, sin importarles que esté manchada o arrugada, cuyos dormitorios están llenos de trastos o de polvo acumulado (síntoma de estancamiento), y cuyos coches, igualmente infravalorados, no son sino la proyección fiel de sí mismos (con golpes o abolladuras en la carrocería, elementos que no funcionan, motores que dan problemas a menudo, suciedad por doquier, etc.). ¿Por qué? Porque, consciente o inconscientemente, creen que no merecen más, que no merecen lo mejor.

Otras personas con la autoestima baja, sin embargo, tienen un aspecto impecable. Pero su autoestima, por contra, está supeditada a la que les proporcionan los demás (ya sea mediante gestos o comentarios). Gestos y comentarios que si no se reciben periódicamente, y en las dosis adecuadas, generan un posterior malestar, un vacío (a menudo se llena con comida o con el humo del tabaco), o un sentimiento de carencia (que suele corresponderse con carencias nutritivas). Caso típico: el de un marido cuya esposa, después de largos años de feliz matrimonio, lo abandona sin previo aviso. Entonces, él queda completamente desolado y desesperado, y, finalmente, cae en una depresión (porque su propia valía residía, claramente, en la que su mujer le aportaba en el trato diario; pero cuando ésta se va, él deja de recibir su dosis, y entonces no sabe cómo superarlo; se hunde).

Cuando la falta de autoestima es una condición que se prolonga durante mucho tiempo, las más de las veces nos encontramos detrás de ella a seres humanos que, ya en su niñez y adolescencia, no recibieron suficiente valoración y reconocimiento por parte de sus más allegados, especialmente de sus padres. O incluso a personas que sí la tuvieron pero que fueron perdiéndola poco a poco como consecuencia de ser minusvaloradas o humilladas reiteradamente, ya fuese por familiares, en el ámbito laboral o por terceros. Por cierto, ¿hace falta que os cuente hasta qué punto y de qué manera puede repercutir la falta de autoestima en el grado de salud de un individuo? Seguro que os lo imagináis.

Y, llegados a este punto, quizá os preguntéis, ¿cómo se supera la falta de autoestima? Desde luego, es imprescindible que la persona que la padece comience por darse cuenta de que su autoconcepto y su autovaloración, en ningún caso, deben depender de los demás. Ni deben verse menoscabados por los errores o equivocaciones (por llamarlos de alguna manera) que el individuo pueda cometer en su vida. Ya que las faltas que cometemos las personas son inherentes a la naturaleza humana. Son actos que nos ayudan a crecer, a evolucionar y a prosperar... si aprendemos de ellos.

En suma: que el valor que tengamos de nosotros mismos conviene que dependa, únicamente, de nosotros; y de nadie más. Somos valiosos por el mero hecho de ser personas. Somos valiosos porque cada uno de nosotros está dotado, no con uno, sino con muchos dones y talentos especiales. Hay tantas cosas que somos capaces de hacer con armonía, con equilibrio, con belleza, con amor...

Es muy saludable, insisto: muy saludable, lanzarse a la vida, al mundo, al día a día, procurando dejar atrás el temor. Sobre todo, el temor al fracaso y a quedar mal con los demás. Las equivocaciones serán maravillosas en la medida en que aprendamos de ellas. Y tanto más sentiremos que valemos cuanta más parte veamos de todas y cada una de esas cosas hermosas que somos capaces de hacer y de aportar a este mundo.

No esperéis a que nadie os lo diga. Es mejor decírselo uno todos los días al levantarse: Yo valgo muchísimo. Y, por consiguiente, merezco lo mejor de la vida. Y luego, a vivir, a cuidarse y a mimarse.

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