"Oliver Twist", de Roman Polanski.

Quienes leéis este blog desde hace algún tiempo sabréis que mi concepto de alimento va más allá de aquello que entra por la boca y que se come o bebe para subsistir. Alimento es, también, lo que se ve, lo que se escucha, lo que se lee, lo que se siente, las personas con las que uno comparte y se encuentra en la vida; en definitiva: todo cuanto aprendemos.

En esta ocasión os hablo de Oliver Twist porque, aparte de ser la última película que he visto, me ha parecido magnífica y emocionante. De hecho, salí del cine como quien sale de un buen restaurante: muy satisfecho y con un sabor redondo (el del amor) en mi boca.

El filme narra la historia de un muchachito que sufre toda suerte de avatares y contratiempos en su infancia, lo que algunos denominarían desgracias. Desgracias (o gracias, según se mire) que, lejos de hundirlo, no hacen sino alimentar su fuerza, su bondad y su luz interior.

El protagonista, en efecto, me parece un ser humano del todo extraordinario. Aunque las personas así no son sólo personajes nacidos de la fecunda imaginación de ciertos escritores (como Charles Dickens). En realidad, no podría decir que abunden, pero están en todas partes y nos los podemos encontrar donde menos lo esperemos. Son personas que con sus actos y su ejemplo vienen a compensar la parte más oscura e ingrata de nuestro mundo, contribuyendo a hacer de él un lugar mejor en el que vivir.

Oliver Twist: una eficaz medicina contra el catarro invernal, con demostrado efecto depurativo y desintoxicante, que, al mismo tiempo, bien puede resultar un excelente aperitivo para la Navidad que ya se aproxima.

Que disfrutéis de su sabor y que os alimente su gran riqueza en nutrientes.

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