Equilibrio

 

 

Tengo por costumbre deshacerme de ropa de mi armario antes de comprar ropa nueva. Más que nada, porque no me gusta acumular. Me gusta vivir con abundancia pero sin que lo que tengo me sature. Me gusta ser capaz de controlar mis posesiones, no que ellas me controlen a mí.

Partiendo de la base de que todo lo que poseemos es un símbolo que representa alguna faceta de nuestra vida, el tener demasiadas cosas supondría, por lo general, que algunas de esas cosas no se utilizaran nunca, o que se volviesen obsoletas, o que se estropeasen. Lo cual, a su vez, implicaría que algunas áreas o aspectos concretos de nuestra vida estarían estancados, obsoletos, o, simplemente, no funcionarían.

Por ejemplo, veo razonable tener un par de juegos de toallas; y uno extra por si viene alguien a mi casa. Pero no veo razonable, para mí, tener ocho o diez juegos de toallas. Como tampoco veo razonable tener quince pares de zapatos. Porque, al final, siempre termino llevando esos dos o tres pares con los que me siento más cómodo, los que me resultan más prácticos, mientras que el resto quedan en segundo plano o no me los pongo casi nunca.

Con la comida me ocurre lo mismo, tengo la nevera y la despensa llenas, pero no a reventar. No me gusta acumular cosas por miedo a lo que pueda pasar. Me gusta tener un poco de reserva pero no un almacén con cada cosa que podría llegar a necesitar. Supongo que esa es la diferencia entre ser precavido y vivir con miedo. No me gusta vivir con miedo. Me gusta ser precavido. No es lo mismo.

Además, me doy cuenta de que aquello que poseo, y cómo me relaciono con lo que poseo, constituye una metáfora que se corresponde con precisión con mi modo de actuar e interactuar en mi vida. Por eso, busco el equilibrio en la cantidad de mis posesiones y procuro, además, no apegarme demasiado a ellas. El apego es saludable cuando eres un bebé o niño muy pequeño, pero es muy dañino cuando eres adulto. Y como lo sé, pues lo tengo en cuenta en mi día a día.

Quizá por esa misma regla de tres, tampoco suelo apegarme demasiado a los seres humanos. Elijo muy bien con quién me relaciono, y disfruto mucho cuando comparto con gente con quien siento una afinidad especial. Pero sin apegos. Siempre dispuesto a soltar en cualquier momento si siento que esa relación ya no me aporta, o que yo no aporto; o, simplemente, si ya no estoy a gusto. De hecho, me resulta fácil actuar de ese modo.

Y con esta fórmula vital que trato de aplicar en mi día a día me siento bastante en armonía. Me va fenomenal.

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