Amor incondicional (sanación del niño interior)


Los traumas y las carencias que hemos vivido en la infancia marcan a fuego nuestra personalidad como adultos, haciendo aflorar de forma inconsciente todo tipo de creencias limitantes, complejos y miedos. Un lado oscuro que se traduce en conflictos, ya sea con nosotros mismos o con los demás. Unos conflictos que, a la postre, suelen implicar dolor o sufrimiento.

El trabajo de sanación de nuestro niño interior puede llevarse a cabo de distintas maneras, pero en ese proceso a mí me parece esencial tener en cuenta varias premisas:

1) Reconocer la propia realidad, tal cual es (la que nos limita, provoca conflicto o aflige), sin ninguna clase de autocensura. (Es harto difícil superar aquello que uno no reconoce abiertamente).
2) Darnos un espacio y un tiempo, sin prisa alguna, para expresar nuestras emociones dañinas, para sacarlas afuera, y así facilitar que éstas se puedan liberar para siempre.
3) Utilizar el perdón de la forma adecuada. Preferiblemente, cara a cara con la otra persona.
4) Si es posible, buscar a alguien que pueda acompañarnos y/o sostenernos en nuestro proceso. (Recordemos que estamos conectando con nuestro niño interior, y éste necesita sentirse amparado).

Para ilustrar todo esto que os comento, voy a ejemplificar con la transcripción de unas palabras que un padre (en un momento de gran toma de conciencia) le dirige a su hija adolescente. Se trata de una escena ficticia inspirada en mi imaginación. Aunque mi imaginación, a veces, bebe de la propia realidad...

Amor, preciosa:

Sé que últimamente has estado sufriendo mucho. Sé que te has sentido atrapada, incomprendida y triste. Y me he dado cuenta de ello. Perfectamente.

Lo primero que deseo decirte, cariño, es que lo siento, de corazón, por la parte que me toca. Siento no haber estado ahí en muchos momentos. Sobre todo, en aquellos en los que más necesitabas mi fuerza, mi valor, mi confianza, mi empuje, mi reconocimiento, mi fe en ti, mi abrazo... Sé que te sentiste muy sola, incluso abandonada y traicionada por mí. Tenías motivos para ello, y lo siento, no imaginas cuánto. Ahora, me pongo en tu lugar. Ahora, yo soy tú.

¿Sabes?, me encantaría conocer cada molécula de toda esa pena tuya. Conocer el rostro de tu dolor y de esa rabia que todavía siento en tu corazón. Que te abrieras a recordarlos una vez más, a darles voz y cuerpo para que salgan de ti. Para liberarte definitivamente. Para que yo tome conciencia de ellos. Sin juzgarte. Sin criticarte. Sin hacerte reproches. Y yo, a cambio, mirándote a los ojos, y sosteniendo tus manos con las mías, te pediría perdón, desde el fondo de mi corazón, por todas y cada una de esas desafortunadas veces. Tantas, en las que, sin querer, por pura ignorancia, por orgullo, o por miedo, te hice daño. 

Si por una de aquellas, sintieras ganas de desahogarte, encontrarías con facilidad mi hombro infinito y paciente. Y conmigo abrazado a ti, podrías llorar hasta quedarte sin lágrimas, hasta que el Sol se extinguiera, mi vida. Porque yo también lloraría junto a ti. Puedes estar segura.

También quiero que sepas que hoy, más que nunca, puedes contar conmigo, con mi escucha, con mi comprensión y con mi apoyo. Seguro que podremos cantar, reír y jugar, si surge; y compartir también los momentos amargos y difíciles. A fin de cuentas, yo estoy contigo para todo, cariño; para lo que sea necesario, y para lo que gustes compartir.

Tú ya cuentas con mi admiración y con mi respeto, a pesar de esas circunstancias tan desagradables que estás viviendo. Porque en ti veo, con certeza, a una persona capaz de materializar sus sueños y a una mujer que madura llena de belleza, magia y dulzura.

Sólo me queda darte las gracias por brindarme la oportunidad de estar ahora frente a ti, escuchando mis palabras, y abriéndote a este proceso curativo. El tuyo, y el mío. El nuestro.

Te amo con toda mi alma.

Comentarios