"Estoy todo el día bebiendo agua"

Es posible que alguna vez hayáis pronunciado esta frase, o bien que conozcáis a alguien que la dice habitualmente. Y es que tener sed de vez en cuando es algo completamente normal, pero tenerla frecuentemente, sin haber sudado o sin que haga calor puede ser un signo delator de que algo no está en su sitio.

Los seres humanos somos agua en, aproximadamente, un 65%. Nuestro cuerpo la necesita para poder llevar a cabo, prácticamente, todas sus funciones fisiológicas. Sin ella, por tanto, no se podría concebir la vida. Al menos, a nivel orgánico.

Llegados a este punto, se hace oportuno entender que nuestros humores corporales, y en particular la sangre, poseen en condiciones óptimas un pH ligeramente alcalino (entre 7,35 y 7,45). Sin embargo, ciertos hábitos (como no masticar lo suficiente la comida), combinaciones alimenticias antagónicas o actitudes inadecuadas (miedo, resentimiento, rencor, carácter corrosivo), llevan el pH de la sangre a niveles ácidos. Algo que es tan común como perjudicial.

Ante esto, el cuerpo posee sus propios mecanismos equilibradores. Uno de ellos es echar mano del agua, la cual ayudará a contrarrestar la acidosis sanguínea y a eliminar las toxinas que la generan.

Evidentemente, cuantos más factores confluyan en la persona, tanto mayor será el grado de acidosis. Es decir:

- si la masticación es insuficiente,
- si se combinan los alimentos inadecuadamente,
- si se ingieren grandes cantidades de comida,
- si se incurren en otros factores insalubres (como terminar de cenar y meterse a continuación en la cama).

Todo este planteamiento puede comprobarse experimentalmente de un modo muy sencillo. Probad lo siguiente:

- Un día hacéis una cena copiosa, poco masticada y con disparidad de alimentos. Al cabo de unos instantes, os vais a la cama a dormir.
- Otro día hacéis una cena ligera, bien masticada y con pocos ingredientes (por ejemplo, una ensalada de pasta, una sémola con caldo de verduras o un plato moderado de quinoa). Luego esperáis un mínimo de 2 horas antes de ir a la cama.

Entonces tomad nota de la sed que tenéis en un caso y en otro, cuántos vasos de agua tenéis que beber (según la opción) en la noche para aplacarla. Y, no menos importante, cómo os sentís a la mañana siguiente: si llenos de energía o cansados (pese a haber dormido las horas habituales).

Por todo ello, podemos concluir que muchas veces las personas tienen sed sin haber sudado antes, ni como consecuencia de un gran esfuerzo, ni por encontrarse en mitad de un caluroso día de verano. Porque la sed es, esencialmente, la forma que tiene el cuerpo de pedir agua. Y ese agua no siempre es para refrigerarlo. Con demasiada frecuencia es un mecanismo compensatorio de la acidosis sanguínea. Un fenómeno muy extendido entre la población que, sin embargo, bien podría corregirse observando unos hábitos de vida adecuados. Hábitos que, como de costumbre, tienen mucho que ver con el sentido común y con la moderación.

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